La medicina en el Nazismo, sin ética y moral
La investigación biomédica en la Alemania pre-nazi era considerada como la más avanzada del mundo, no sólo en relación con sus propios frutos, sino también en sus reglamentos éticos. Sin embargo, la llegada al poder de Adolf Hitler invirtió radicalmente esta situación.
La investigación biomédica en la Alemania pre-nazi, al igual que sucedía en otros ámbitos de las disciplinas sanitarias, podría ser considerada como la más avanzada del momento, no sólo en relación con los propios frutos de sus diferentes líneas de trabajo, sino también en relación a las normas y reglamentos éticos y legales de protección de los sujetos de investigación. De hecho, el gran interés por parte del colectivo médico en materia de ética en investigación biomédica se puso de manifiesto con la promulgación por el Gobierno del Reich Prusiano, en 1900, de una serie de normas éticas relativas a la experimentación en humanos con nuevas herramientas terapéuticas, tras el escándalo del denominado “caso Neisser”, en el que se emplearon prostitutas para investigar una vacuna contra la sífilis, sin ser informadas y sin su consentimiento.
Posteriormente, en 1931, el Ministerio del Interior del Reich dictó unas Directrices para Nuevas Terapias y Experimentación en Humanos donde se recogía la doctrina legal del consentimiento informado, prohibiéndose la experimentación con moribundos y con necesitados económicos o sociales. Sin embargo, la llegada al poder del partido de Adolf Hitler abortó radicalmente este desarrollo ético, invirtiendo completamente los principios básicos del respeto a los sujetos participantes en investigaciones médicas. Es más, esta herramienta de progreso se transformó en un perverso sistema de represión, en el que se vieron inmersos un gran número de profesionales sanitarios, que acabaron siendo copartícipes de numerosos abusos cometidos en relación con la investigación médica.
Además de las implicaciones del colectivo médico en los programas de esterilización y eutanasia, la más preocupante expresión de la conexión entre la comunidad médica y la tragedia nazi fue el empleo forzado de seres humanos como material de investigación y de laboratorio, no sólo en los nefastos campos de exterminio, sino en los propios hospitales y universidades, llegando incluso, en algunas ocasiones, a explotar los cuerpos después de la muerte.
Empleo forzado de seres humanos para investigación
Entre los candidatos a ser reclutados para tales atrocidades se encontraban, además de los judíos, otros colectivos étnicos o sociales desahuciados, como gitanos, eslavos, homosexuales y, por supuesto, los discapacitados físicos y psíquicos. En relación con estos últimos, algunos de los responsables de estos actos, según recoge Seidelman, los justificaban de la siguiente forma: “Si los enfermos tienen que morir en cualquier caso, a causa de la valoración pericial de uno de mis colegas, ¿por qué no utilizarlos en vida o tras su ejecución para investigar?”.
Aunque menos conocidas que otros proyectos de investigación realizados en otros ámbitos de la medicina, relataremos, a modo de ejemplo, dos investigaciones neuropsiquiátricas que han podido ser relativamente bien documentadas. Una de ellas es un amplio proyecto de investigación sobre diversas formas de retraso mental y epilepsia realizado bajo la dirección de Carl Schneider (catedrático de Psiquiatría en Heidelberg), cuyo desarrollo pasaba por la evaluación y el estudio exhaustivo, a largo plazo, de los pacientes en vida, tanto desde la perspectiva neuropsicológica como fisiológica y terapéutica, y la coronación de la investigación, posteriormente, mediante el estudio anatomopatológico de sus cerebros, después de someterlos al Programa de Eutanasia.
La correspondencia de Schneider ha permitido mostrar su gran interés por obtener el visto bueno de los evaluadores de la Operación T4, y hay constancia de que, al menos, se analizaron 194 cerebros en su departamento. En el proyecto, el profesor Julius Hallervorden, subdirector del Kaiser-Wilhelm Institut para Investigación Cerebral de Berlín-Buch, se habría personado en uno de los centros de eutanasia adscritos a su jurisdicción (el del asilo de Brandenburg) para coordinar la extracción de los cerebros de pacientes recién ejecutados, y dado que conocía los diagnósticos de los enfermos antes de su ejecución, podía elegir los cerebros que fueran de interés para sus investigaciones.
“Material maravilloso”: 500 cerebros de asesinados
En un informe del Combined Intelligence Operative Subcommittee (CIOS), documento catalogado como L-170 aportado en el Juicio de Nüremberg contra los médicos nazis, se especifica que el “Dr. Hallervorden obtuvo 500 cerebros de los centros de exterminio de pacientes mentales. Estos pacientes fueron asesinados en varias instituciones mediante la inhalación de monóxido de carbono”. En sus declaraciones, Hallervorden comentó que “los cerebros constituían un material maravilloso; preciosos defectos mentales, malformaciones y enfermedades infantiles tempranas”. Sin embargo, siguiendo una forma de proceder habitual entre gran parte de la clase médica alemana, apuntaba en relación con el material utilizado: “... de donde ellos procedían [los cerebros] y como llegaban a mí no era realmente un asunto de mi incumbencia”.
Afortunadamente, muchos de estos proyectos hubieron de suspenderse, ya que tras la derrota alemana de Stalingrado la mayor parte de los médicos que participaban en los mismos fueron llamados a filas. Sin embargo, quedó patente que muchos médicos alemanes habían abandonado sus deberes para con sus pacientes y habían renunciado al juramento ético inherente a su profesión. A pesar de esto, y aunque algunos responsables de estos proyectos no pudieron asimilar su culpa, como Schneider, que acabó suicidándose tras finalizar la guerra, otros continuaron con su actividad clínica, como Hallervorden, quien continuó con su puesto de subdirector del Instituto de investigación berlinés. Es más, tras finalizar la guerra, publicó numerosos trabajos científicos basados en los materiales obtenidos durante los oscuros años de la Acción T4, como los referentes al efecto del monóxido de carbono en el desarrollo cerebral de los fetos.
Con respecto al uso de prisioneros sanos, los reprobables experimentos humanos realizados por los médicos nazis fueron más habituales, y mejor documentados y conocidos actualmente, en ciertos ámbitos de la medicina, como la genética, la ginecología, la cirugía o la traumatología. Baste recordar los experimentos por los que fueron juzgados algunos médicos en Nüremberg, como ensayos de congelación, inoculación de bacilos de la tuberculosis, amputación de miembros, esterilizaciones quirúrgicas sin anestesia, etc.
El papel de la industria químico-farmacéutica
Sin embargo, los prisioneros de los campos de concentración constituyeron, asimismo, la principal fuente de reclutamiento para los estudios farmacológicos y en ellos jugaron un destacado papel otros sectores del sistema sanitario del régimen nazi, fundamentalmente la industria químico-farmacéutica, que ha sido vinculada también a los programas de investigación médica y de exterminio sistemático en dichos “campos dela muerte”, donde pudo ensayar prácticamente sin trabas sus agentes farmacológicos.
Al inicio de la II Guerra Mundial, en 1939, I.G. Farben (Interessen- Gemeinschaft Farbenindustrie AG), un conglomerado de compañías fundado en 1925 y que prácticamente monopolizaba la industria farmacéutica alemana, era ya el mayor imperio químico-industrial del mundo. El vínculo entre esta corporación y la jerarquía nazi era tan estrecho que tras las continuas invasiones de los países vecinos por parte de la Wehrmacht, I.G. Farben se fue “anexionando” las principales compañías químicas de los territorios ocupados, actuando, en palabras de Borkin como “un chacal tras el león hitleriano”.
Durante el conflicto bélico, I.G. Farben se vio involucrada en numerosos episodios relacionados con actividades criminales del ejecutivo nazi, incluyendo el empleo de mano de obra esclava en las instalaciones construidas en las inmediaciones de los campos de concentración, como la de Monowitz, en la inmediaciones de Auschwitz. Además, en este campo ensayó distintas sustancias farmacológicas, como derivados sulfamídicos, arsenicales y otras preparaciones cuya composición no se conoce exactamente (B-1012, B-1034, 3382 o Rutenol, 3582 o Akridin), generalmente para el tratamiento de enfermedades infecciosas como el tifus, erisipela, escarlatina, diarreas paratifoideas, etc., que previamente inducían en los sujetos de estudio y que solían finalizar con unas elevadísimas tasas de mortalidad.
Amoralidad y degradación ética
Entre los responsables de estos proyectos farmacológicos se encontraban ex-científicos de I.G. Farben, como el comandante médico de las Schutzstaffel (SS) Helmuth Vetter, o médicos de los campos de exterminio, como el célebre e infame Joseph Mengele, aunque el ideólogo y máximo responsable de la mayor parte de los experimentos médicos realizados en los diferentes campos de concentración fue Joachim Mrugowsky, coronel-director del Instituto Central de Higiene de las Waffen SS y profesor asociado de la Universidad de Berlín: experimentos con vacunas del tifus, con edemas gaseosos y con inyecciones letales fenólicas en Buchenwald; con diferentes venenos en Sachsenhausen; con sulfanilamidas en Ravensbrück; y con el uso generalizado del gas Zyklon-B en Auschwitz. Por otro lado, en el campo de Buchenwald se estudiaron los efectos de la administración conjunta de metanfetamina y fenobarbital, las propiedades anestésicas de la administración de hexobarbital sódico e hidrato de cloral en intervenciones quirúrgicas a sujetos sanos, y se recurrió a las inyecciones letales de apomorfina.
Una prueba del nivel de amoralidad y degradación ética del entorno sanitario del régimen nazi se puede obtener de una carta encontrada en los archivos del campo de Auschwitz, que reflejaba la correspondencia entre su comandante y determinados departamentos de la compañía I.G. Farben. Estos últimos solicitaban la compra de prisioneras para un proyecto de investigación con un fármaco hipnótico: “Nosotros necesitamos unas 150 mujeres en el mejor estado de salud posible... Confirmamos su respuesta positiva, pero consideramos que el precio de 200 marcos por mujer es demasiado alto. Nosotros proponemos pagar no más de 170 marcos por mujer... Los experimentos fueron realizados. Todas las personas murieron. Necesitamos lo más pronto posible un nuevo envío...” (CGBG).
Muchas de estas actividades fueron conocidas gracias a la celebración, entre 1945 y 1949, en la ciudad alemana de Nüremberg, de los famosos juicios contra los dirigentes del régimen nacionalsocialista alemán y otros criminales de guerra nazis por parte de un Tribunal Militar Internacional. Precisamente, en el denominado Juicio a los Médicos (United States of America vs. Karl Brandt, et al.) se condenó a muerte a algunos de los participantes en las atrocidades experimentales comentadas previamente, como Mrugowsky y Waldemar Hoven.
Evadir la acción de la justicia
Sin embargo, otros lograron evadir la acción de la justicia, como el propio Mengele, quien escapó a América del Sur, llegando a fallecer de muerte natural. El mismo año que finalizó este Juicio se inició otro (en agosto de 1947) en la misma sede de Nüremberg (United States of America vs. Carl Krauch, et al.), popularmente conocido como IG Farben Trial, en el que se procesó a 24 directivos y científicos de dicha corporación químico-farmacéutica también por “crímenes contra la Humanidad” (experimentos con prisioneros, uso de trabajadores esclavos, maltrato, tortura y asesinato de prisioneros, etc.), entre otros delitos (planificación y preparación para la guerra e invasión de otros países). Las condenas, en este caso, fueron bastante más benévolas (13 fueron declarados inocentes y el resto condenados a penas comprendidas entre 6 meses y 8 años de prisión) en parte debido a la escasez de pruebas incriminatorias documentales, pues desde septiembre de 1944 y ante el avance de las tropas aliadas se puso en marcha un operativo de destrucción de todos los archivos comprometedores de la corporación.
En respuesta a las atrocidades cometidas por los médicos y científicos nazis en materia de investigación humana, reveladas durante el transcurso de los juicios de Nüremberg, surgió el primer código internacional de ética para la investigación con seres humanos, el Código de Nüremberg, bajo el precepto hipocrático primum non nocere. Este Código, orientado a impedir cualquier repetición de la tragedia, puesta de manifiesto por ataques directos a los derechos y al bienestar de las personas, fue publicado el 19 de agosto de 1947, estableciendo las normas para llevar a cabo experimentos con seres humanos e incidiendo especialmente en la obtención del consentimiento voluntario del sujeto motivo de investigación.
En cualquier caso, las aportaciones reales para el avance de la ciencia médica de todos los programas de investigación basados en el crimen de Estado durante el período nacionalsocialista fueron prácticamente nulas, o como diría Leo T. Alexander, uno de los asesores médicos norteamericanos de la acusación contra los responsables de estas prácticas e inspirador del Código de Nüremberg: “el resultado fue un significativo avance para la ciencia del asesinato o ktenología”.
Un importante sector de la medicina alemana se vio involucrado directamente en una fanática y falsa noción de ciencia racial y “eugenésica”, acoplada profundamente a una ideología de marcado carácter racista que acabó con el programa de exterminio generalizado.
Con la ascensión al poder del Partido Nacionalsocialista Alemán de los Trabajadores (Nationalsozialistische Deutsche Arbeiterpartei, NSDAP), el enorme prestigio internacional de que gozaba la medicina alemana se vio bruscamente truncado. De hecho, los sucesivos gobiernos del Partido Nazi fueron generando un perverso sistema de destrucción de la conciencia social que, en su vertiente sanitaria, supuso la institucionalización de conductas criminales en materia de salud pública e higiene racial, y en cuya red se vieron involucrados un gran número de profesionales de la medicina, desde médicos generales hasta especialistas, como ginecólogos, cirujanos, pediatras psiquiatras.
Cuando en la primavera de 1933 Adolf Hitler alcanzó la presidencia en Alemania comenzó a poner en marcha, siguiendo las promesas electorales que le elevaron al poder, políticas racistas en defensa de una “raza superior” en cuya confección estuvieron presentes determinados sectores de la medicina alemana. Entre las primeras de estas leyes se encontraba la Ley para la Prevención de las Enfermedades Hereditarias de la Descendencia (Gesetz zur Verhütung Erkrankung Nachwuchses), más conocida como Acta de Esterilización, promulgada el 14 de julio de 1933. Esta normativa permitía, a instancias de un tribunal compuesto por dos médicos y un juez, la esterilización obligatoria de sujetos (Erbgesundheitsgesetz) diagnosticados de debilidad mental congénita, esquizofrenia, “locura circular” (psicosis maníaco-depresiva), epilepsia hereditaria, baile de “San Vito” hereditario (corea de Huntington), ceguera y sordera congénitas, pronunciadas malformaciones corporales de carácter hereditario, alcoholismo crónico grave, etc.
Esta ley fue aplicada junto con la Gesetz Gegen Gefährliche Gewohnheits Verbrecher o Acta contra Criminales Peligrosos, que tenía el mismo fin y utilizaba los mismos medios. Las esterilizaciones comenzaron en 1934 y, en la práctica, terminaron con el comienzo de la II Guerra Mundial, con un saldo final de unas 350.000 personas esterilizadas (0,5% de la población total). Como señaló Peters, “de la esterilización forzada al Holocausto sólo había un paso”.
Eliminar una generación
El propósito final de estas y otras leyes (la Ley de Protección de la Salud Hereditaria del Pueblo Alemán y la Ley de Salud Marital, más conocidas como Leyes de Nüremberg) era eliminar a una generación completa de sujetos con deficiencias genéticas a fin de “depurar” el banco de genes y mejorar la “raza germana”. Los beneficios que se obtendrían con la aplicación de las leyes basadas en planteamientos eugenésicos fueron ampliamente difundidos en contundentes campañas publicitarias por la eficiente maquinaria de propaganda del III Reich.
Uno de los principales promotores del Acta de Esterilización fue el presidente de la Asociación para la Higiene Mental y Racial, y posteriormente presidente de la Asociación Alemana de Psiquiatría y Neurología, Prof. Ernst Rüdin, quien, bajo el auspicio del Ministerio del Interior, organizó una serie de cursos y seminarios dirigidos a los médicos con el objetivo de prepararlos e implicarlos en la aplicación de las leyes que el gobierno estaba promulgando para el “tratamiento” de las enfermedades hereditarias y la “higiene racial”.
La actividad propagandística del ejecutivo nazi fue tremendamente eficaz como herramienta de perversión de la conciencia y la opinión pública. En líneas generales, un importante sector de la medicina alemana se vio involucrado directamente en esta fanática y falsa noción de ciencia racial y “eugenésica”, acoplada profundamente a una ideología de marcado carácter racista que acabó con el programa de exterminio generalizado o, como algunos autores lo han calificado, “la medicalización del antisemitismo”. De hecho, la Asociación Médica Alemana, en su revista oficial, no sólo no se opuso al desarrollo de estas leyes sino que las alabó abiertamente.
Operación T4
Con el antecedente previo que supuso el establecimiento de las Leyes de Nüremberg y ante la inminencia del inicio de la Referentes históricos guerra (que precisaría liberar miles de camas hospitalarias para atender a los soldados heridos), Hitler firmó, el 1 de septiembre de 1939, un decreto preparado por diez asesores, incluidos entre ellos Leonardo Conti, secretario de Salud del Ministerio del Interior, y Hans Heinrich Lammers, director de la Cancillería del Reich, que fue aplicado a partir de ese mismo día, fecha de inicio de la II Guerra Mundial. En este documento se especificaba que “a pacientes incurables, después de una valoración crítica del estado de su enfermedad, les fuera permitida una muerte eutanásica”. Este decreto constituyó la base del Programa para la Eutanasia, Gnadentod (“muerte caritativa”), conocido popularmente como Operación T4 o Acción T4, debido a la localización de su oficina administrativa en el número 4 de la Tiergartenstrasse de Berlín, y supuso el inicio del exterminio en masa de pacientes con “deficiencias” o patologías mentales. Hay que tener presente, en este sentido, que los enfermos mentales eran considerados, incluso en textos científicos de la época, como seres inferiores (minderwertig), llegando a ser calificados en algunos círculos médicos como “conchas humanas vacías” (Leere Menschenhülsen) o “vidas que no merecen la pena vivirse” (Lebesunwertes Leebn).
La supervisión y desarrollo del Programa para la Eutanasia se encargó al reichsleiter Philip Bouhler, jefe de la Cancillería del Führer, y la dirección operativa a Karl Brandt, médico personal de Hitler, aunque gozó de la asesoría de algunos prestigiosos psiquiatras, como los profesores Paul Nitsche, Werner Heyde y Friedrich Mennecke. Siguiendo órdenes, todos los directores de hospitales psiquiátricos de Alemania fueron convocados en Berlín e informados sobre los procedimientos relativos al funcionamiento de este Programa, que se iniciaba con el envío de cuestionarios a todas las instituciones psiquiátricas, que debían ser cumplimentados para cada enfermo y devueltos para su estudio por un comité de expertos, integrado por 54 prestigiosos psiquiatras, que revisaban y valoraban los cuestionarios remitidos.
Si tras la valoración del caso se decidía que el paciente era un candidato al Programa de Eutanasia se marcaba el cuestionario con una X. Pronto surgió el término popular Kreuzelschreiber (escritores de X) para designar a este grupo y, por extensión, a una parte del colectivo psiquiátrico. Una vez decidida la muerte de un paciente, se le trasladaba a uno de los seis centros regionales de exterminio (Brandenburg, Bernburg, Hartheim, Grafeneck, Sonnenstein y Hadamar) distribuidos por todo el Reich, algunos de ellos integrados dentro de instituciones psiquiátricas, donde eran asesinados mediante la intoxicación con monóxido de carbono (método testado por Brandt en el Hospital Psiquiátrico de Brandenburg), incinerándose rápidamente los cuerpos en hornos crematorios.
Cartas de condolencia
Esta práctica sirvió de modelo para la posterior puesta en marcha de la denominada “Solución Final” del caso judío (Endlösung der Judenfrage). Este modus operandi de la Acción T4 entroncaba con los planteamientos de la típica y controvertida burocracia nacionalsocialista, pues mientras miles de prisioneros eran asesinados en los campos de concentración sin formalidad administrativa ninguna, a los sujetos concernidos en esta operación se les examinaba para conocer sus aptitudes, elaborándose un expediente para cada uno de ellos. Incluso, a posteriori, los médicos responsables de la asistencia de estos pacientes firmaban una carta de condolencia para los familiares (Trostbrief), elaborada en un departamento específico para ello, y falsificaban los certificados de fallecimiento, atribuyendo la muerte a causas naturales.
Del mismo modo, incluso con anterioridad a la firma de este Programa, se introdujo la obligatoriedad a los médicos alemanes de informar sobre “neonatos malformados” o “idiotas”. El estudio de estos niños afectos de enfermedades supuestamente incurables correspondía a una comisión especial integrada por dos catedráticos de pediatría y un médico de la organización T4 que decidían si estos niños eran o no “condenados”. Se ha estimado que por esta vía se llegó a asesinar, hasta 1945, a unos 5.000 niños.
La Acción T4 fue posteriormente implementada para abarcar un mayor espectro de sujetos no aptos para la sociedad o que pudieran suponer una amenaza pública (primero, delincuentes o sujetos con comportamiento antisocial, para finalmente englobar a prostitutas, vagabundos u homosexuales). El Programa se expandió también, eventualmente, a prisioneros de los campos de concentración y de los países ocupados (Operación 14f13). Los asesinatos se realizaban en los asilos y especialmente en los hospitales organizados para este fin, convirtiéndose en parte de la rutina hospitalaria de esas instituciones. En total, se estima que la Operación T4, en cuyo núcleo siempre se situaba personal sanitario, acabó con la vida de más de 200.000 sujetos, entre ellos 73.000 pacientes psiquiátricos.
Eutanasia discreta
Dos años después de su inicio, el 24 de agosto de 1941, la Acción T4 fue suspendida, debido a las protestas populares dirigidas, fundamentalmente, por el obispo católico de Münster, Clemens Graf von Galen, y a la concentración de esfuerzos en la guerra contra la Unión Soviética, aunque esto no supusiese un cese de los asesinatos, que continuaron de forma furtiva, lejos de la vista de la opinión pública. Estos procedimientos, llevados a cabo en las mismas instituciones sanitarias donde los pacientes estaban ingresados, han sido calificados como “eutanasia discreta”. Los pacientes eran asesinados mediante la reducción al mínimo de las raciones alimentarias, que quedaron prácticamente limitadas a verduras cocidas (dieta E) o cancelando la calefacción de los hospitales en invierno. En algunos centros, los médicos, psiquiatras y enfermeros aceleraban la muerte de los pacientes mediante la administración prolongada de dosis bajas de barbitúricos, con lo que se conseguía una neumonía terminal, o con una inyección intravenosa letal de varios fármacos, como opiáceos y escopolamina. En esta segunda fase de eutanasia discreta se ha estimado que pudieron ser asesinados unos 110.000 pacientes.
Tras el final de la II Guerra Mundial, un Tribunal Militar Internacional integrado por jueces de los 4 países aliados juzgó en la ciudad de Nüremberg a antiguos líderes nazis. En uno de estos juicios se imputó a 3 oficiales y 20 médicos bajo la acusación, entre otros cargos, de “crímenes contra la Humanidad” (United States of America vs. Karl Brandt, et al.); el Tribunal condenó a muerte, el 20 de agosto de 1947, a 7 de los acusados (incluido Karl Brandt), 9 fueron sentenciados a penas de prisión y los otros 7 fueron absueltos. No obstante, en relación con los programas de eutanasia y salud mental, a pesar de que 3 de los condenados estaban relacionados directamente con ellos, los máximos responsables de los mismos se suicidaron previamente, como Bouhler, Conti o Carl Schneider, y otros, como Nitsche, fueron ejecutados por las tropas soviéticas.
Aunque sería injusto generalizar, tratando de involucrar a todos los médicos alemanes de la época en las prácticas ilícitas y criminales del régimen nazi, es preciso preguntarse por el motivo del gran apoyo del estamento médico a dichas políticas; no hay que olvidar, en este sentido, que durante un determinado período del III Reich, hasta el 45% de los médicos alemanes llegaron a ingresar en el Partido Nazi y que ninguna otra profesión alcanzó estas cifras de afiliación política.
Entusiasmo inicial generalizado
En el marco de un cierto entusiasmo inicial generalizado, los médicos implicados en la aplicación de las leyes nazis, y los que pasivamente las aceptaron, argumentaban que la norma estaba concebida para el beneficio de la nación y no para el del paciente si se quería dejar un legado de salud a las generaciones venideras, lo que suponía la invocación de conceptos de naturaleza tan engañosa y coercitiva como los de “causa mayor” o “misión sagrada”.
Por otro lado, con el establecimiento de estas leyes, los ingresos económicos de los médicos alemanes se incrementaron de forma notoria, incentivos que podrían haber favorecido una cierta relajación de los principios éticos inherentes a la práctica médica. Algunos médicos creían también que por la ciencia todo estaba justificado, incluso los inhumanos experimentos cometidos durante la II Guerra Mundial en los campos de concentración; otros se autocontemplaban simplemente como patriotas y su actos los justificaban como si fueran acciones de guerra; también los había que estaban enfermizamente imbuidos por la perversa filosofía nazi; otros, de carácter más ambicioso, ejercían en los programas de exterminio como forma de promoción en sus carreras profesionales y académicas.
En cualquier caso, la implicación médica en el desarrollo y la implementación de los programas eugenésicos de exterminio era forzosamente necesaria y desvincularse completamente de esta maquinaria podía llegar a ser bastante difícil para muchos integrantes de este colectivo, sobre todo en una atmósfera recreada alrededor del miedo colectivo.