El deseo de reconstitución del Tahuantinsuyo destruido en el siglo XVI no es desconocido para los historiadores y etnólogos peruanos. En la década del 60’ y 70’ diversos intelectuales recogieron a lo largo de los andes peruanos distintas versiones de un mito popular denominado Inkarri, que venía difundiéndose por vía oral desde fines del siglo XVIII y que consiste en la esperanza de reconstitución del “orden social del Tahuantinsuyo” que fue “quebrado por los españoles al momento de la conquista”. Este mito implica la esperanza de que algún día, cuando “los cuatro miembros del cuerpo despedazado y la cabeza del Inca se reconstituyan nuevamente”, el Señor de los Cuatro Suyos y sus ejércitos derrotarán a los españoles y los expulsarán definitivamente de estas tierras”. Quienes creen en la vuelta del Inca abrigan el ferviente deseo de restaurar “el orden, la armonía y la organización social, económica y política del antiguo Imperio Inca”. Se cree que este “mundo feliz” se quebró a la llegada de los españoles, y que éstos sólo habrían traído a estas tierras desolación, muerte, dolor y, sobre todo, caos. El mito del Inkarri representa la esperanza de subvertir el orden (desorden) que impusieron los conquistadores europeos para “volver a vivir como lo ancestros andinos y ser gobernados por un Inca de estirpe cusqueña”.
Don Isaac Humala, el patriarca de la familia Humala Tasso, debió conocer este mito y lo habría inculcado a sus hijos (especialmente a Antauro) de modo que aunque no lo hayan formulado de modo explicito, el deseo de restauración del Estado Inca subyace en la ideología etnonacionalista, la presencia del mito del Inkarri se puede leer entre líneas en los escritos de Antauro y sus seguidores.
Hace unas semanas, luego de conocer la sentencia al líder etnonacionalista por el asalto y toma del la comisaría de Andahuaylas, uno de sus dirigentes aquí en Tacna declaró que, entre otros beneficios que traería para el Perú un triunfo de la “revolución etnonacionalista” estaría la posibilidad de “volver a vivir como en tiempos de los Incas, sin minas ni contaminación” (sic). Señaló resueltamente que “sólo el etnonacionalismo restauraría el Tahuantinsuyo y que Antauro gobernaría el Perú como en tiempos del Inca”.
Estos deseos restauradores de viejos imperios o gobiernos no sólo ocurren en el Perú. En Irak, por ejemplo, un partido político ha proclamado su deseo de “luchar por la restauración del Califato de Mesopotania”. En Italia, desde hace más de una década, las autoridades romanas vienen organizando desfiles anuales que recuerdan el paso de los gladiadores por las calles de Roma aprestándose a ingresar al coliseo romano para teñir con su sangre las arenas de este anfiteatro y así deleitar a los miles de romanos y romanas que disfrutaban del sangriento espectáculo.
En el caso peruano, los jóvenes etnonacionalistas están contagiados por una ilusión restauradora, por una inocente creencia, por un utópico retorno. Sin embargo, ya no hay vuelta atrás. El tiempo avanza, las sociedades y las gentes cambian. Ya no hay Incas de estirpe real, ya no hay Yanas ni Curacas, ni Vilac Umo (Sumo Sacerdote), ni Ñustas en los Acllahuasis, ni Mitmacunas trasladados a cientos de kilómetros de su terruño. El Tahuantinsuyo o Estado inca ya es cosa del pasado, no regresarán las gloriosas campañas militares al sur de Chile ni al norte de Ecuador. No volveremos a ver interminables desfiles de niños y niñas que, mediante el rito de la Capacocha, iban al Inticancha a ser sacrificados en honor al Inca. Ya no se celebrarán los matrimonios masivos donde el Inca llegaba a una provincia y unía a cientos de jóvenes con sólo tomarles de la mano y ordenándoles vivir juntos a partir de esta sencilla ceremonia. No retornarán las guerras de sucesión entre los hijos del Inca que se desataban en el Cusco y que implicaban la muerte o el destierro de cientos de parientes o potenciales competidores a la mascaipacha. Ya no emprenderán los funcionarios y arquitectos Incas aquellas construcciones ciclópeas que ahora nos enorgullecen. Ya no habrán Incas tan prolíficos que podrían tener decenas o cientos de hijos e hijas. Por ejemplo, Huayna Cápac tenía decenas de hijos e hijas en muchas provincias de su vasto Imperio. Quiero mencionar a una de sus hijas más célebres: Inés Huaylas Yupanqui (como fue bautizada por Pizarro) llamada originalmente Quipe Sisa, quien fue hija de este Inca y de Contarhuacho, poderosa y rica curaca de los Huaylas (Departamento de Ancash).
El retorno del Inca sólo es un mito que muy probablemente los etnonacionalistas lo encarnan en Antauro. Pero para desengaño de sus ilusos seguidores, el Perú actual es una república en proceso, es una promesa de país inclusivo que busca ser bienhechora para todos sus ciudadanos.
Sabemos que es difícil creer en el desarrollo del Perú, pues hay razones para el pesimismo. Hay incertidumbre acerca del futuro del país, cunde la desesperanza y se tiene la sensación que vamos hacia el despeñadero, pero es conveniente que busquemos la transformación del Perú de cara al futuro, asimilando los avances científicos, sociales y políticos sin mirar al pasado, sin anhelar el viejo sueño de la restauración del imperio andino No esperemos una vana e imposible vuelta del Inca.
domingo, 9 de mayo de 2010
RESPUESTA AL ETNOCACERISMO. PARTE I
Me toca hoy desengañar a tantos jóvenes que vienen abrigando una extraña doctrina autodenominada “etnonacionalismo”, que entre sus principios doctrinarios, de observancia y práctica obligatoria de sus militantes, se lee el siguiente: “El etnonacionalismo reivindicacionista de nuestra estirpe cobriza-tahuantinsuyana, en cuanto mayoría demográfico-cultural para sí y hegemónica en la dirección política y económica del país”. Es indudable que estamos frente a un movimiento político que reivindica la grandiosidad de la cultura Inca, pero se equivocan al sobrevalorar la supuesta unidad y cohesión cultural-étnica en el antiguo Perú. Los partidarios de Humala desconocen que el propio término3 “Tahuantinsuyo” no fue conocido por los primeros cronistas de la conquista quienes como testigos presenciales interrogaron a funcionarios incas, a curacas, jefes étnicos locales y al propio Atao Huallpa, inca capturado en Cajamarca. Los interrogados se referían al Cusco, como el nombre del país, en otros casos, se referían a la “tierra”, pero no nombraron la palabra “Tahuantinsuyo”. En este sentido, no existía en el Perú que conocieron los españoles en 1532, un término que englobara a todo el territorio conquistado y administrado por los Incas del Cusco. El dominio inca de los amplios territorios que con Huayna Cápac alcanzó su mayor extensión era apenas reciente. Se calcula en menos de 60 años el tiempo que tomaron los Incas para extender su curacazgo inicial (Cusco) Pasto (actual Colombia) y hasta más al sur del río Maule (actual Chile). Por lo tanto, el dominio Inca de tantísimos territorios y curacazgos no había sido completo. Muchos Curacas locales todavía guardarían rencor por las guerras de dominación, por sus huacas que fueron llevadas al Inticancha (llamado también Koricancha) y por la pérdida de sus privilegios que gozaban antes de la conquista Inca. ¿Cómo puede explicarse entonces el amplio apoyo que encontró Pizarro entre los “Tumbis”, “Tallanes”, “Chimues”, “Yauyos”, “Huancas”, “Tarmas”, “Jaujas”, “Cañaris”, “Chachapoyas”, “Huamachucos”, entre otras decenas de etnias?. El propio Garcilaso Inca de la Vega decía del Estado fundado por los ancestros de su madre: “la debilidad del Imperio Inca fue por haber sido constituido por tanta variedad de naciones diversas y contrarias”. Por otro lado, Cieza de León, soldado y cronista español calificó al Estado Inca como “una nación de muchas patrias”. Esas muchas “patrias” y sus respetivos jefes nativos colaboraron con Pizarro. Le ayudaron con alimentos, hombres de carga, agua, implementos para la guerra y hasta con soldados para enfrentarse al propio Atao Huallpa y a sus generales: Rumiñahui, Challco Chimac, Yucra Huallpa, Chaicari y Quisquis. Mencionaré sólo a cuatro jefes locales colaboracionistas: Guacrapáucar (curaca de los Huancas), Francisco Chillche (yana-guerrero Cañar), Francisco Guamán (yana-curaca Chachapoya) y Cajazinzín (curaca Chimú). La ayuda de estos cuatro curacas y jefes guerreros fue fundamental para aniquilar el Estado Inca, tanto que el historiador Juan José Vega diría que sin ellos Pizarro no habría podido conquistar el imperio de los Incas. De igual modo lo creyeron los historiadores: Porras Barnechea, Juan Antonio del Busto, Edmundo Guillén, María Rostworowski, Waldemar Espinoza Soriano, entre otros.
Es necesario subrayar la frase “naciones diversas y contrarias” que usó el cronista mestizo, sólo así puede comprenderse el rápido avance de Pizarro hacia Cajamarca y hacia el Cusco, pues resulta difícil de creer que un Estado tan poderoso cayera tan rápido en manos de tan pocos españoles (no más de 300). La historia oficial española en torno a estos sucesos engrandecen las hazañas de los conquistadores sin mencionar la gran ayuda de los aliados indígenas, de los ”indios amigos”
Para empeorar las cosas, al interior de las propias panacas cusqueñas también se gestaron actos de traición. Fueron aliados de los españoles y acérrimos enemigos de Manco Inca cuando inició el primer y gran levantamiento antiespañol su medio hermano Paullo Inca (quien también era hijo de Huayna Cápac) y Páscac Inca (perteneciente a la panaca de Túpac Yupanqui y sobrino de Huayna Cápac) este último comandó a los “indios amigos” que permitió a los hermanos de Pizarro tomar la fortaleza de Saysachuaman y obligar al Inca rebelde a levantar el cerco al Cusco cuando los españoles estaban prácticamente derrotados.
El Perú fue y es un mosaico de culturas, etnias, lenguas, tradiciones, climas, arquitecturas, etc. Tener en cuenta esto nos ayudaría a entender la falta de unidad que ahora clamamos los peruanos.
Como dijo un notable historiador, “los Incas no tuvieron tiempo para cuzqueñizar, menos para incaizar”.
Es necesario subrayar la frase “naciones diversas y contrarias” que usó el cronista mestizo, sólo así puede comprenderse el rápido avance de Pizarro hacia Cajamarca y hacia el Cusco, pues resulta difícil de creer que un Estado tan poderoso cayera tan rápido en manos de tan pocos españoles (no más de 300). La historia oficial española en torno a estos sucesos engrandecen las hazañas de los conquistadores sin mencionar la gran ayuda de los aliados indígenas, de los ”indios amigos”
Para empeorar las cosas, al interior de las propias panacas cusqueñas también se gestaron actos de traición. Fueron aliados de los españoles y acérrimos enemigos de Manco Inca cuando inició el primer y gran levantamiento antiespañol su medio hermano Paullo Inca (quien también era hijo de Huayna Cápac) y Páscac Inca (perteneciente a la panaca de Túpac Yupanqui y sobrino de Huayna Cápac) este último comandó a los “indios amigos” que permitió a los hermanos de Pizarro tomar la fortaleza de Saysachuaman y obligar al Inca rebelde a levantar el cerco al Cusco cuando los españoles estaban prácticamente derrotados.
El Perú fue y es un mosaico de culturas, etnias, lenguas, tradiciones, climas, arquitecturas, etc. Tener en cuenta esto nos ayudaría a entender la falta de unidad que ahora clamamos los peruanos.
Como dijo un notable historiador, “los Incas no tuvieron tiempo para cuzqueñizar, menos para incaizar”.
ES BUENO SABER QUE...
ES BUENO SABER que el odio, la demagogia y la mentira no triunfan, que tarde o temprano la verdad se abre paso y que la pseudo erudición de la que hacen gala algunos falsos periodistas será vencida finalmente por la contundencia de los hechos, y por la verdad esclarecedora.
ES BUENO SABER que no es verdad que “los judíos sionistas nos colocarán un chip en la frente para controlar nuestra voluntad”. Una mentira de ese tamaño ni siquiera merecería destacarse, pero la menciono aquí para conocer la magnitud de la demagogia y la mentira.
ES BUENO SABER que no es verdad que “el terremoto de Pisco e Ica fue causado por un rayo disparado por un satélite sionista para destruir el Perú”. La verdad es que los terremotos son causados por fallas geológicas profundas y por movimiento de las placas tectónicas.
ES BUENO SABER que no es verdad que “los Masones liderados por Nicolás de Piérola traicionaron al Perú y entregaron nuestra patria a Chile”. La verdad simple y llana es que el más grande marino que haya dado nuestra nación, Don Miguel Grau Seminario fue masón (Ricardo Palma Soriano, gran tradicionalista, lo invitó a que lo acompañe a visitar a la R:.L:.S:. “Cruz Austral” N° 05 del puerto del Callao, en donde trabajó y profundizó sus conocimientos en la francmasonería).
ES BUENO SABER que Alfonso Ugarte, Francisco Bolognesi, Leoncio Prado y Andrés Avelino Cáceres (quien fue iniciado en la R:.L:.S:. "Concordia Universal" el 13 de junio de 1860), entre otros tantos héroes que dio nuestra patria en esa infausta guerra también fueron masones insignes.
ES BUENO SABER que el mundo tiene hoy una población aproximada de 6,700 millones de personas, de las cuales sólo 13 millones son judíos, es decir el 0,19 % de la población mundial, pero su proporción en la lista de ganadores del Premio Nobel (en Física, Química, Fisiología o Medicina, Literatura, Economía y Paz) es de aproximadamente el 25%.
ES BUENO SABER que el más grande de los filósofos en la actualidad es un judío francés de origen sefardí, Edgar Morin es su nombre (cambió su nombre original Edgar Nahum por Edgar Morin por el antisemitismo que corroía la sociedad francesa durante la invasión alemana en la II guerra mundial). Este extraordinario filósofo del pensamiento complejo, autor de más de 50 publicaciones ha merecido el título de Doctor Honoris Causa por las Universidades de: Perugia, Italia; Palermo, Italia; Milán, Italia; Cosenza, Italia; Libre Bruxelles, Bélgica; Bruselas, Bélgica; Ginebra, Suiza; Odense, Dinamarca; Valencia, España; Natal, Brasil; João Pessoa, Brasil; Porto Alegre, Brasil; Tecnológica de La Paz, Bolivia; del Instituto Piaget, Lisboa; Veracruzana, Universidad de Guadalajara, México y Universidad Católica del Perú.
ES BUENO SABER que no es cierto que los judíos sólo se dedican a actividades comerciales y financieras, pues Charles Chaplin, Marcel Marceau, Félix Mendelssohn, Franz Kafka, Yehudi Menuhin, solo por citar a unos pocos de los más grandes artistas de todos los tiempos, tuvieron ascendencia judía. ¿Por qué se insiste en asociar lo judío con las finanzas únicamente? La respuesta no es ignorancia (sería un consuelo saberlo pues la ignorancia se cura con el estudio). La respuesta es el odio racial y religioso. Un odio inmenso, inconmensurable, destructor. Un odio que todo lo contamina, todo lo distorsiona, todo lo pervierte. Este odio es el origen de la mentira y de la demagogia.
ES BUENO SABER que en la ciudad de Lima han sido detenidos los miembros de un grupo neonazi que portaban armas ilegalmente y que hacían prácticas de tiro como preparación para llevar a cabo actos violentos contra algunos grupos sociales y minorías sexuales, étnicas, religiosas. Fue una excelente noticia pues puso en alerta a las autoridades universitarias y escolares acerca del peligro real que supone la presencia de estos grupos de jóvenes alienados que tienen como líder a quien ha sido considerado como el ser humano más perverso de todos los tiempos, me refiero a Adolfo Hitler.
ES BUENO SABER que en nuestra ciudad ha disminuido el culto a Hitler que venía creciendo peligrosamente hace algunos años. Pues los jóvenes que habían optado equivocadamente por ese camino de odio sin retorno tomaron conciencia que su ascendencia aymara y quechua les impedía moralmente admirar a este líder negativo que creía que “la raza aria” era superior a todos los demás pueblos de la tierra y que además repudiaba profundamente a los pueblos nativos indoamericanos.
ES MALO SABER que el autor de este artículo será llamado “monstruo”, “sodomita”, “traidor”, “espía chileno”, “judío”, “masón”, “homosexual”, “antiperuano”, etc. Su delito: difundir conocimiento objetivo, educar en la tolerancia y divulgar verdades incómodas a quienes predican el odio.
ES BUENO SABER que no es verdad que “los judíos sionistas nos colocarán un chip en la frente para controlar nuestra voluntad”. Una mentira de ese tamaño ni siquiera merecería destacarse, pero la menciono aquí para conocer la magnitud de la demagogia y la mentira.
ES BUENO SABER que no es verdad que “el terremoto de Pisco e Ica fue causado por un rayo disparado por un satélite sionista para destruir el Perú”. La verdad es que los terremotos son causados por fallas geológicas profundas y por movimiento de las placas tectónicas.
ES BUENO SABER que no es verdad que “los Masones liderados por Nicolás de Piérola traicionaron al Perú y entregaron nuestra patria a Chile”. La verdad simple y llana es que el más grande marino que haya dado nuestra nación, Don Miguel Grau Seminario fue masón (Ricardo Palma Soriano, gran tradicionalista, lo invitó a que lo acompañe a visitar a la R:.L:.S:. “Cruz Austral” N° 05 del puerto del Callao, en donde trabajó y profundizó sus conocimientos en la francmasonería).
ES BUENO SABER que Alfonso Ugarte, Francisco Bolognesi, Leoncio Prado y Andrés Avelino Cáceres (quien fue iniciado en la R:.L:.S:. "Concordia Universal" el 13 de junio de 1860), entre otros tantos héroes que dio nuestra patria en esa infausta guerra también fueron masones insignes.
ES BUENO SABER que el mundo tiene hoy una población aproximada de 6,700 millones de personas, de las cuales sólo 13 millones son judíos, es decir el 0,19 % de la población mundial, pero su proporción en la lista de ganadores del Premio Nobel (en Física, Química, Fisiología o Medicina, Literatura, Economía y Paz) es de aproximadamente el 25%.
ES BUENO SABER que el más grande de los filósofos en la actualidad es un judío francés de origen sefardí, Edgar Morin es su nombre (cambió su nombre original Edgar Nahum por Edgar Morin por el antisemitismo que corroía la sociedad francesa durante la invasión alemana en la II guerra mundial). Este extraordinario filósofo del pensamiento complejo, autor de más de 50 publicaciones ha merecido el título de Doctor Honoris Causa por las Universidades de: Perugia, Italia; Palermo, Italia; Milán, Italia; Cosenza, Italia; Libre Bruxelles, Bélgica; Bruselas, Bélgica; Ginebra, Suiza; Odense, Dinamarca; Valencia, España; Natal, Brasil; João Pessoa, Brasil; Porto Alegre, Brasil; Tecnológica de La Paz, Bolivia; del Instituto Piaget, Lisboa; Veracruzana, Universidad de Guadalajara, México y Universidad Católica del Perú.
ES BUENO SABER que no es cierto que los judíos sólo se dedican a actividades comerciales y financieras, pues Charles Chaplin, Marcel Marceau, Félix Mendelssohn, Franz Kafka, Yehudi Menuhin, solo por citar a unos pocos de los más grandes artistas de todos los tiempos, tuvieron ascendencia judía. ¿Por qué se insiste en asociar lo judío con las finanzas únicamente? La respuesta no es ignorancia (sería un consuelo saberlo pues la ignorancia se cura con el estudio). La respuesta es el odio racial y religioso. Un odio inmenso, inconmensurable, destructor. Un odio que todo lo contamina, todo lo distorsiona, todo lo pervierte. Este odio es el origen de la mentira y de la demagogia.
ES BUENO SABER que en la ciudad de Lima han sido detenidos los miembros de un grupo neonazi que portaban armas ilegalmente y que hacían prácticas de tiro como preparación para llevar a cabo actos violentos contra algunos grupos sociales y minorías sexuales, étnicas, religiosas. Fue una excelente noticia pues puso en alerta a las autoridades universitarias y escolares acerca del peligro real que supone la presencia de estos grupos de jóvenes alienados que tienen como líder a quien ha sido considerado como el ser humano más perverso de todos los tiempos, me refiero a Adolfo Hitler.
ES BUENO SABER que en nuestra ciudad ha disminuido el culto a Hitler que venía creciendo peligrosamente hace algunos años. Pues los jóvenes que habían optado equivocadamente por ese camino de odio sin retorno tomaron conciencia que su ascendencia aymara y quechua les impedía moralmente admirar a este líder negativo que creía que “la raza aria” era superior a todos los demás pueblos de la tierra y que además repudiaba profundamente a los pueblos nativos indoamericanos.
ES MALO SABER que el autor de este artículo será llamado “monstruo”, “sodomita”, “traidor”, “espía chileno”, “judío”, “masón”, “homosexual”, “antiperuano”, etc. Su delito: difundir conocimiento objetivo, educar en la tolerancia y divulgar verdades incómodas a quienes predican el odio.
EL RETORNO DEL VENENO IDEOLOGICO RACISTA
“Un fanático es un hombre ciego, que entra a una habitación oscura, que busca un gato, que no está allí y… lo encuentra”.
Anónimo
Este pensamiento se aplica perfectamente en el caso de los fanáticos de toda índole: políticos, religiosos, sectarios, deportivos, etc. En efecto, aun cuando existen razones en contra de sus argumentos, a pesar de las evidencias que demuestran que sus posiciones son erradas, los fanáticos se las arreglan para seguir insistiendo en su línea de pensamiento; se mantienen obstinados en la defensa de una argumentación falsa. Son renuentes al cambio, irreductibles y tercos, no varían sus falsos esquemas mentales, sea por convicción, o por orgullo. Si es por convicción, estamos frente aun hombre equivocado, infantilmente engañado. Este tipo de fanático aparece ante nuestros ojos como un sujeto dogmático, pero ingenuo. Terco y crédulo de historias fantásticas que sigue con deleite, ávido de creer, de aferrarse a su “verdad”; se trata entonces de un hombre imaginativo que lee historias increíbles, que da pábulo a sus fantasías. Este tipo de fanático es susceptible de cambio. Existen abundantes ejemplos: ex creyentes, decepcionados amantes, ex hinchas de futbol, desilusionados comunistas, ex creyentes de utopías redentoras, etc.
Sin embargo, el peor de los fanáticos es el que comprende que sus argumentos son falaces, sabe que sus ideas son endebles, que su posición ideológica es vulnerable. Este fanático admite íntimamente que está equivocado, conoce que defiende una causa ideológica injusta. Pero… aun así se aferra desesperadamente a sus ridículas ideas, a sus fantasiosas elucubraciones. ¿Por qué?, la respuesta no es sencilla. Se trata de un tipo orgulloso, vehemente, de temperamento apasionado y con una convicción que linda con la paranoia.
En los últimos años, en la ciudad de Tacna, estamos asistiendo a un aumento del antisemitismo, a una incitación a la violencia racial y religiosa. El odio contra los judíos, los masones, los homosexuales y los comunistas es permanente. Es un odio visceral, un odio fanático. Esto es muy peligroso, pues en Venezuela, del discurso de Chávez incitando al odio contra los judíos se llegó al ataque directo a una sinagoga. Este es el inicio de un proceso de incitación a la violencia: primero son las ideas de odio y luego vienen los ataques físicos llenos de odio. Primero se dice: “los homosexuales, los judíos y los masones son malditos” y luego se arrojan piedras contra ellos. La historia está llena de ejemplos sobre ello. Nunca las ideas de odio son inofensivas. Siempre llevan su carga de potencial violencia.
La psicología ha demostrado que las ideas y los esquemas mentales influyen en las emociones. Las personas que creen firmemente que “los homosexuales”, los “masones”, los “judíos” son desalmados, ruines, infames, ladrones o pérfidos, tienen más probabilidad de efectuar ataques directos contra estos grupos. Para atacar violentamente a los “otros” se debe creer firmemente que los “otros” lo merecen. De esta manera el agresor encuentra alivio a sus sentimientos de culpa. Recuérdese que el dominio de la mente fue prioridad en los gobiernos totalitarios, fascistas y muy especialmente en el gobierno nazi. En Alemania nazi hasta a los niños se les enseñaba a “amar a Hitler por sobre todas las cosas” y a odiar “al enemigo judío”.
Esta es la primera fase de los grandes genocidios. El español conquistador debía estar convencido que el indígena americano era una especie subhumana, sólo así podía infringirle maltrato sin sentirse culpable, El esclavista debía estar convencido que el esclavo era inferior a él, solo así lo podía tratar como una “cosa” y no como humano. Los últimos genocidios ocurridos en Ruanda, en Bosnia, en Kosovo, nos ilustran acerca de la gravedad de la penetración ideológica del odio en las mentes de la gente. La inserción del odio en la psicología de la gente, la difusión del odio ideológico, ese es el primer paso; de allí al ataque directo, al asesinato, hay un paso muy estrecho.
En Tacna hay signos preocupantes del avance del odio racial y sectario. A un profesor universitario que previene a sus estudiantes de no caer en el odio étnico y religioso, que denuncia la gravedad del genocidio nazi en toda su magnitud, que contribuye a educar en la tolerancia y en el amor y que les previene acerca de la incitación al odio en ciertos medios de comunicación; a dicho profesor le atacan de modo cobarde y anónimo, utilizando un lenguaje tan violento y calumniador. Le difaman, le insultan con un odio que hace presagiar más violencia. Lo tristemente paradójico es que quienes le atacan desde un impreso panfletario se autodenominan “cristianos” y “nacionalistas” (lo último es todavía más contradictorio, pues estos fanáticos tacneños idolatran a un líder alemán y no a un auténtico líder peruano).
Estamos avisados, el aumento del veneno ideológico, sectario y religioso aumenta en Tacna, no hacer nada sólo contribuye a que los fanáticos se envalentonen gracias a la actitud pasiva de los que auténticamente amamos la tolerancia, el respeto mutuo y la libertad.
Anónimo
Este pensamiento se aplica perfectamente en el caso de los fanáticos de toda índole: políticos, religiosos, sectarios, deportivos, etc. En efecto, aun cuando existen razones en contra de sus argumentos, a pesar de las evidencias que demuestran que sus posiciones son erradas, los fanáticos se las arreglan para seguir insistiendo en su línea de pensamiento; se mantienen obstinados en la defensa de una argumentación falsa. Son renuentes al cambio, irreductibles y tercos, no varían sus falsos esquemas mentales, sea por convicción, o por orgullo. Si es por convicción, estamos frente aun hombre equivocado, infantilmente engañado. Este tipo de fanático aparece ante nuestros ojos como un sujeto dogmático, pero ingenuo. Terco y crédulo de historias fantásticas que sigue con deleite, ávido de creer, de aferrarse a su “verdad”; se trata entonces de un hombre imaginativo que lee historias increíbles, que da pábulo a sus fantasías. Este tipo de fanático es susceptible de cambio. Existen abundantes ejemplos: ex creyentes, decepcionados amantes, ex hinchas de futbol, desilusionados comunistas, ex creyentes de utopías redentoras, etc.
Sin embargo, el peor de los fanáticos es el que comprende que sus argumentos son falaces, sabe que sus ideas son endebles, que su posición ideológica es vulnerable. Este fanático admite íntimamente que está equivocado, conoce que defiende una causa ideológica injusta. Pero… aun así se aferra desesperadamente a sus ridículas ideas, a sus fantasiosas elucubraciones. ¿Por qué?, la respuesta no es sencilla. Se trata de un tipo orgulloso, vehemente, de temperamento apasionado y con una convicción que linda con la paranoia.
En los últimos años, en la ciudad de Tacna, estamos asistiendo a un aumento del antisemitismo, a una incitación a la violencia racial y religiosa. El odio contra los judíos, los masones, los homosexuales y los comunistas es permanente. Es un odio visceral, un odio fanático. Esto es muy peligroso, pues en Venezuela, del discurso de Chávez incitando al odio contra los judíos se llegó al ataque directo a una sinagoga. Este es el inicio de un proceso de incitación a la violencia: primero son las ideas de odio y luego vienen los ataques físicos llenos de odio. Primero se dice: “los homosexuales, los judíos y los masones son malditos” y luego se arrojan piedras contra ellos. La historia está llena de ejemplos sobre ello. Nunca las ideas de odio son inofensivas. Siempre llevan su carga de potencial violencia.
La psicología ha demostrado que las ideas y los esquemas mentales influyen en las emociones. Las personas que creen firmemente que “los homosexuales”, los “masones”, los “judíos” son desalmados, ruines, infames, ladrones o pérfidos, tienen más probabilidad de efectuar ataques directos contra estos grupos. Para atacar violentamente a los “otros” se debe creer firmemente que los “otros” lo merecen. De esta manera el agresor encuentra alivio a sus sentimientos de culpa. Recuérdese que el dominio de la mente fue prioridad en los gobiernos totalitarios, fascistas y muy especialmente en el gobierno nazi. En Alemania nazi hasta a los niños se les enseñaba a “amar a Hitler por sobre todas las cosas” y a odiar “al enemigo judío”.
Esta es la primera fase de los grandes genocidios. El español conquistador debía estar convencido que el indígena americano era una especie subhumana, sólo así podía infringirle maltrato sin sentirse culpable, El esclavista debía estar convencido que el esclavo era inferior a él, solo así lo podía tratar como una “cosa” y no como humano. Los últimos genocidios ocurridos en Ruanda, en Bosnia, en Kosovo, nos ilustran acerca de la gravedad de la penetración ideológica del odio en las mentes de la gente. La inserción del odio en la psicología de la gente, la difusión del odio ideológico, ese es el primer paso; de allí al ataque directo, al asesinato, hay un paso muy estrecho.
En Tacna hay signos preocupantes del avance del odio racial y sectario. A un profesor universitario que previene a sus estudiantes de no caer en el odio étnico y religioso, que denuncia la gravedad del genocidio nazi en toda su magnitud, que contribuye a educar en la tolerancia y en el amor y que les previene acerca de la incitación al odio en ciertos medios de comunicación; a dicho profesor le atacan de modo cobarde y anónimo, utilizando un lenguaje tan violento y calumniador. Le difaman, le insultan con un odio que hace presagiar más violencia. Lo tristemente paradójico es que quienes le atacan desde un impreso panfletario se autodenominan “cristianos” y “nacionalistas” (lo último es todavía más contradictorio, pues estos fanáticos tacneños idolatran a un líder alemán y no a un auténtico líder peruano).
Estamos avisados, el aumento del veneno ideológico, sectario y religioso aumenta en Tacna, no hacer nada sólo contribuye a que los fanáticos se envalentonen gracias a la actitud pasiva de los que auténticamente amamos la tolerancia, el respeto mutuo y la libertad.
EL TRIUNFO DE LA RAZON
La verdad ha triunfado sobre la mentira, la razón se ha impuesto al fanatismo, el amor le ha ganado al odio. Después de 13 años de soportar discursos llenos de mentiras y de odio expresados a través de programas radiales, panfletos impresos, semanarios de dudosa moralidad y en publicaciones en internet; esta semana, por fin, el líder fundador de FREDECONSA (ahora movimiento INCA) ha negado la autoría de aquella intensa campaña del odio contra los judíos que Tacna soportó, algunas veces con indiferencia, otras con preocupación, durante tantos años. Sin embargo, como las evidencias en su contra eran abrumadoras, como no podía negar que durante años adoctrinó a muchos niños y adolescentes en el odio fanático hacia los judíos y en el culto hacia Hitler (el más grande genocida que la historia de la humanidad ha conocido), esta semana pidió perdón - usando las ondas de Radio Programas del Perú - a los judíos del mundo a través de la comunidad judía peruana. Con esta solicitud de perdón, con este arrepentimiento, con este cambio de actitud y de pensamiento, el líder de FREDECONSA ha causado una inmensa alegría en quienes nos preocupaba el cariz que iba tomando el neonazismo en Tacna. Pero también ha provocado un “terremoto” en las conciencias de tantos jóvenes ilusos e inocentes que por ignorancia e inmadurez empezaban a abrazar la ideología nazi. Jóvenes a quienes Ricardo les decía frases como éstas: “Los judíos sionistas contaminan el ambiente y matan a 600 millones de personas en el mundo”, “los judíos sionistas han provocado el terremoto de Pisco con un rayo disparado por un satélite”, “los judíos sionistas implantarán a toda la humanidad un chip en la frente para controlar nuestras mentes y nuestras conductas”, “Abimael Guzmán es judío, pues su nombre Abimael es hebreo y su apellido no es Guzmán sino Grossmann”, “El APRA es un invento judío pues tiene como símbolo la estrella (de David) de cinco puntas”, “la democracia es una basura, es un invento judío”, “Hitler fue el más grande nacionalista de la Historia”, “ningún judío murió en manos del nazismo”•, “Los judíos son malditos, pertenecen a una raza maldita” y para finalizar, una frase para la antología: “Jesucristo fue nazi, pues él también odiaba a los judíos”. Como era de suponer, los cientos de jóvenes que extasiados escuchaba o leían estas frases las incorporaron en su temprano sistema de pensamiento, en su precoz cosmovisión del mundo. El líder de FREDECONSA elaboró una lista de judíos peruanos (entre quienes se encontraban Gustavo Bueno, David Fischmann, Abraham Levi, etc.) para que, según él, los reconozcamos y los señalemos como enemigos del Perú. Les hizo creer que los judíos pertenecían a una raza maldita, violenta y dispuesta a robar a toda la humanidad.
El líder de FREDECONSA (y del Movimiento INCA) ha pedido perdón a la comunidad judía peruana. Ese gesto del fundador de FREDECONSA nos tranquiliza y nos alivia, aunque para sus pocos seguidores debe haber significado una gran sorpresa, confusión y en sus cercanos colaboradores (entre ellos muchos jóvenes universitarios) una profunda decepción.
Para algunos esta negación del líder de FREDECONSA ante IDL –Reporteros y su posterior arrepentimiento es motivo de alegría y de alivio, pues por fin la razón venció al fanatismo y él, como individuo inteligente, supo que no podía ir más allá con una ideología neonazi en Tacna. Sin embargo, hay otros, especialmente sus jóvenes seguidores, que deben estar experimentando una profunda confusión al escuchar a su líder e ideólogo arrepentirse de su anterior doctrina y negar ser el autor intelectual de propalar un sistema ideológico que pertenecía al siglo pasado y que actualmente solo lo profesan los “cabezas rapadas” (skinhead), los barristas violentos, los supremacistas raciales europeos y norteamericanos (entre quienes se encuentra, por ejemplo, Charles Mason, líder de una secta asesina quien lleva una esvástica nazi tatuada en la frente).
El cambio de postura ideológica de Ricardo De Spirito significa que al fin se dio cuenta que el odio no construye, que no es causa de bienestar humano, que no lleva paz a los hogares de Tacna. Los demócratas damos la bienvenida a los antes neonazis tacneños a vivir en una comunidad que respeta la tolerancia, valora la verdad histórica, enaltece la razón. Arrepentirse no es vergonzoso, pedir perdón es un gesto de personas decentes. La democracia liberal (que Hitler odiaba más que a nada) valora la tolerancia y el respeto al prójimo sin distinción de raza, credo, estatus económico y posición política. Esta democracia les da la oportunidad a todos (incluidos los ex neonazis) de participar, de ser escuchado, de elegir y ser elegido como representante de una comunidad.
Confiamos que este artículo no sea respondido con diatribas e insultos anónimos en un semanario que ha servido de plataforma para la calumnia. Esperamos los demócratas que la respuesta a este artículo, que expresa sentimientos de sorpresa, confusión pero también de complacencia, no sea la de llamar a su autor: “chileno sionista, espía chileno”. Pues así se demostraría que el cambio de actitud no ha sido real, profundo, que sólo fue una pose, un retroceso táctico e hipócrita.
Mi mensaje a los jóvenes estudiantes: abracen una ideología que predique la paz, que sea constructiva, que respete a toda humanidad, que sea tolerante con el diferente. Que los neonazis tacneños (deben ser ya unos pocos) replanteen su ideología perversa. Confío que nunca más jóvenes de ascendencia aymara y quechua vuelvan a asimilar una ideología extranjera que enalteció la supuesta supremacía de la raza blanca, que formuló una doctrina racista, fanática y profundamente violenta.
El líder de FREDECONSA (y del Movimiento INCA) ha pedido perdón a la comunidad judía peruana. Ese gesto del fundador de FREDECONSA nos tranquiliza y nos alivia, aunque para sus pocos seguidores debe haber significado una gran sorpresa, confusión y en sus cercanos colaboradores (entre ellos muchos jóvenes universitarios) una profunda decepción.
Para algunos esta negación del líder de FREDECONSA ante IDL –Reporteros y su posterior arrepentimiento es motivo de alegría y de alivio, pues por fin la razón venció al fanatismo y él, como individuo inteligente, supo que no podía ir más allá con una ideología neonazi en Tacna. Sin embargo, hay otros, especialmente sus jóvenes seguidores, que deben estar experimentando una profunda confusión al escuchar a su líder e ideólogo arrepentirse de su anterior doctrina y negar ser el autor intelectual de propalar un sistema ideológico que pertenecía al siglo pasado y que actualmente solo lo profesan los “cabezas rapadas” (skinhead), los barristas violentos, los supremacistas raciales europeos y norteamericanos (entre quienes se encuentra, por ejemplo, Charles Mason, líder de una secta asesina quien lleva una esvástica nazi tatuada en la frente).
El cambio de postura ideológica de Ricardo De Spirito significa que al fin se dio cuenta que el odio no construye, que no es causa de bienestar humano, que no lleva paz a los hogares de Tacna. Los demócratas damos la bienvenida a los antes neonazis tacneños a vivir en una comunidad que respeta la tolerancia, valora la verdad histórica, enaltece la razón. Arrepentirse no es vergonzoso, pedir perdón es un gesto de personas decentes. La democracia liberal (que Hitler odiaba más que a nada) valora la tolerancia y el respeto al prójimo sin distinción de raza, credo, estatus económico y posición política. Esta democracia les da la oportunidad a todos (incluidos los ex neonazis) de participar, de ser escuchado, de elegir y ser elegido como representante de una comunidad.
Confiamos que este artículo no sea respondido con diatribas e insultos anónimos en un semanario que ha servido de plataforma para la calumnia. Esperamos los demócratas que la respuesta a este artículo, que expresa sentimientos de sorpresa, confusión pero también de complacencia, no sea la de llamar a su autor: “chileno sionista, espía chileno”. Pues así se demostraría que el cambio de actitud no ha sido real, profundo, que sólo fue una pose, un retroceso táctico e hipócrita.
Mi mensaje a los jóvenes estudiantes: abracen una ideología que predique la paz, que sea constructiva, que respete a toda humanidad, que sea tolerante con el diferente. Que los neonazis tacneños (deben ser ya unos pocos) replanteen su ideología perversa. Confío que nunca más jóvenes de ascendencia aymara y quechua vuelvan a asimilar una ideología extranjera que enalteció la supuesta supremacía de la raza blanca, que formuló una doctrina racista, fanática y profundamente violenta.
miércoles, 16 de septiembre de 2009
LA MEDICINA Y LOS CRIMENES NAZIS
La medicina en el Nazismo, sin ética y moral
La investigación biomédica en la Alemania pre-nazi era considerada como la más avanzada del mundo, no sólo en relación con sus propios frutos, sino también en sus reglamentos éticos. Sin embargo, la llegada al poder de Adolf Hitler invirtió radicalmente esta situación.
La investigación biomédica en la Alemania pre-nazi, al igual que sucedía en otros ámbitos de las disciplinas sanitarias, podría ser considerada como la más avanzada del momento, no sólo en relación con los propios frutos de sus diferentes líneas de trabajo, sino también en relación a las normas y reglamentos éticos y legales de protección de los sujetos de investigación. De hecho, el gran interés por parte del colectivo médico en materia de ética en investigación biomédica se puso de manifiesto con la promulgación por el Gobierno del Reich Prusiano, en 1900, de una serie de normas éticas relativas a la experimentación en humanos con nuevas herramientas terapéuticas, tras el escándalo del denominado “caso Neisser”, en el que se emplearon prostitutas para investigar una vacuna contra la sífilis, sin ser informadas y sin su consentimiento.
Posteriormente, en 1931, el Ministerio del Interior del Reich dictó unas Directrices para Nuevas Terapias y Experimentación en Humanos donde se recogía la doctrina legal del consentimiento informado, prohibiéndose la experimentación con moribundos y con necesitados económicos o sociales. Sin embargo, la llegada al poder del partido de Adolf Hitler abortó radicalmente este desarrollo ético, invirtiendo completamente los principios básicos del respeto a los sujetos participantes en investigaciones médicas. Es más, esta herramienta de progreso se transformó en un perverso sistema de represión, en el que se vieron inmersos un gran número de profesionales sanitarios, que acabaron siendo copartícipes de numerosos abusos cometidos en relación con la investigación médica.
Además de las implicaciones del colectivo médico en los programas de esterilización y eutanasia, la más preocupante expresión de la conexión entre la comunidad médica y la tragedia nazi fue el empleo forzado de seres humanos como material de investigación y de laboratorio, no sólo en los nefastos campos de exterminio, sino en los propios hospitales y universidades, llegando incluso, en algunas ocasiones, a explotar los cuerpos después de la muerte.
Empleo forzado de seres humanos para investigación
Entre los candidatos a ser reclutados para tales atrocidades se encontraban, además de los judíos, otros colectivos étnicos o sociales desahuciados, como gitanos, eslavos, homosexuales y, por supuesto, los discapacitados físicos y psíquicos. En relación con estos últimos, algunos de los responsables de estos actos, según recoge Seidelman, los justificaban de la siguiente forma: “Si los enfermos tienen que morir en cualquier caso, a causa de la valoración pericial de uno de mis colegas, ¿por qué no utilizarlos en vida o tras su ejecución para investigar?”.
Aunque menos conocidas que otros proyectos de investigación realizados en otros ámbitos de la medicina, relataremos, a modo de ejemplo, dos investigaciones neuropsiquiátricas que han podido ser relativamente bien documentadas. Una de ellas es un amplio proyecto de investigación sobre diversas formas de retraso mental y epilepsia realizado bajo la dirección de Carl Schneider (catedrático de Psiquiatría en Heidelberg), cuyo desarrollo pasaba por la evaluación y el estudio exhaustivo, a largo plazo, de los pacientes en vida, tanto desde la perspectiva neuropsicológica como fisiológica y terapéutica, y la coronación de la investigación, posteriormente, mediante el estudio anatomopatológico de sus cerebros, después de someterlos al Programa de Eutanasia.
La correspondencia de Schneider ha permitido mostrar su gran interés por obtener el visto bueno de los evaluadores de la Operación T4, y hay constancia de que, al menos, se analizaron 194 cerebros en su departamento. En el proyecto, el profesor Julius Hallervorden, subdirector del Kaiser-Wilhelm Institut para Investigación Cerebral de Berlín-Buch, se habría personado en uno de los centros de eutanasia adscritos a su jurisdicción (el del asilo de Brandenburg) para coordinar la extracción de los cerebros de pacientes recién ejecutados, y dado que conocía los diagnósticos de los enfermos antes de su ejecución, podía elegir los cerebros que fueran de interés para sus investigaciones.
“Material maravilloso”: 500 cerebros de asesinados
En un informe del Combined Intelligence Operative Subcommittee (CIOS), documento catalogado como L-170 aportado en el Juicio de Nüremberg contra los médicos nazis, se especifica que el “Dr. Hallervorden obtuvo 500 cerebros de los centros de exterminio de pacientes mentales. Estos pacientes fueron asesinados en varias instituciones mediante la inhalación de monóxido de carbono”. En sus declaraciones, Hallervorden comentó que “los cerebros constituían un material maravilloso; preciosos defectos mentales, malformaciones y enfermedades infantiles tempranas”. Sin embargo, siguiendo una forma de proceder habitual entre gran parte de la clase médica alemana, apuntaba en relación con el material utilizado: “... de donde ellos procedían [los cerebros] y como llegaban a mí no era realmente un asunto de mi incumbencia”.
Afortunadamente, muchos de estos proyectos hubieron de suspenderse, ya que tras la derrota alemana de Stalingrado la mayor parte de los médicos que participaban en los mismos fueron llamados a filas. Sin embargo, quedó patente que muchos médicos alemanes habían abandonado sus deberes para con sus pacientes y habían renunciado al juramento ético inherente a su profesión. A pesar de esto, y aunque algunos responsables de estos proyectos no pudieron asimilar su culpa, como Schneider, que acabó suicidándose tras finalizar la guerra, otros continuaron con su actividad clínica, como Hallervorden, quien continuó con su puesto de subdirector del Instituto de investigación berlinés. Es más, tras finalizar la guerra, publicó numerosos trabajos científicos basados en los materiales obtenidos durante los oscuros años de la Acción T4, como los referentes al efecto del monóxido de carbono en el desarrollo cerebral de los fetos.
Con respecto al uso de prisioneros sanos, los reprobables experimentos humanos realizados por los médicos nazis fueron más habituales, y mejor documentados y conocidos actualmente, en ciertos ámbitos de la medicina, como la genética, la ginecología, la cirugía o la traumatología. Baste recordar los experimentos por los que fueron juzgados algunos médicos en Nüremberg, como ensayos de congelación, inoculación de bacilos de la tuberculosis, amputación de miembros, esterilizaciones quirúrgicas sin anestesia, etc.
El papel de la industria químico-farmacéutica
Sin embargo, los prisioneros de los campos de concentración constituyeron, asimismo, la principal fuente de reclutamiento para los estudios farmacológicos y en ellos jugaron un destacado papel otros sectores del sistema sanitario del régimen nazi, fundamentalmente la industria químico-farmacéutica, que ha sido vinculada también a los programas de investigación médica y de exterminio sistemático en dichos “campos dela muerte”, donde pudo ensayar prácticamente sin trabas sus agentes farmacológicos.
Al inicio de la II Guerra Mundial, en 1939, I.G. Farben (Interessen- Gemeinschaft Farbenindustrie AG), un conglomerado de compañías fundado en 1925 y que prácticamente monopolizaba la industria farmacéutica alemana, era ya el mayor imperio químico-industrial del mundo. El vínculo entre esta corporación y la jerarquía nazi era tan estrecho que tras las continuas invasiones de los países vecinos por parte de la Wehrmacht, I.G. Farben se fue “anexionando” las principales compañías químicas de los territorios ocupados, actuando, en palabras de Borkin como “un chacal tras el león hitleriano”.
Durante el conflicto bélico, I.G. Farben se vio involucrada en numerosos episodios relacionados con actividades criminales del ejecutivo nazi, incluyendo el empleo de mano de obra esclava en las instalaciones construidas en las inmediaciones de los campos de concentración, como la de Monowitz, en la inmediaciones de Auschwitz. Además, en este campo ensayó distintas sustancias farmacológicas, como derivados sulfamídicos, arsenicales y otras preparaciones cuya composición no se conoce exactamente (B-1012, B-1034, 3382 o Rutenol, 3582 o Akridin), generalmente para el tratamiento de enfermedades infecciosas como el tifus, erisipela, escarlatina, diarreas paratifoideas, etc., que previamente inducían en los sujetos de estudio y que solían finalizar con unas elevadísimas tasas de mortalidad.
Amoralidad y degradación ética
Entre los responsables de estos proyectos farmacológicos se encontraban ex-científicos de I.G. Farben, como el comandante médico de las Schutzstaffel (SS) Helmuth Vetter, o médicos de los campos de exterminio, como el célebre e infame Joseph Mengele, aunque el ideólogo y máximo responsable de la mayor parte de los experimentos médicos realizados en los diferentes campos de concentración fue Joachim Mrugowsky, coronel-director del Instituto Central de Higiene de las Waffen SS y profesor asociado de la Universidad de Berlín: experimentos con vacunas del tifus, con edemas gaseosos y con inyecciones letales fenólicas en Buchenwald; con diferentes venenos en Sachsenhausen; con sulfanilamidas en Ravensbrück; y con el uso generalizado del gas Zyklon-B en Auschwitz. Por otro lado, en el campo de Buchenwald se estudiaron los efectos de la administración conjunta de metanfetamina y fenobarbital, las propiedades anestésicas de la administración de hexobarbital sódico e hidrato de cloral en intervenciones quirúrgicas a sujetos sanos, y se recurrió a las inyecciones letales de apomorfina.
Una prueba del nivel de amoralidad y degradación ética del entorno sanitario del régimen nazi se puede obtener de una carta encontrada en los archivos del campo de Auschwitz, que reflejaba la correspondencia entre su comandante y determinados departamentos de la compañía I.G. Farben. Estos últimos solicitaban la compra de prisioneras para un proyecto de investigación con un fármaco hipnótico: “Nosotros necesitamos unas 150 mujeres en el mejor estado de salud posible... Confirmamos su respuesta positiva, pero consideramos que el precio de 200 marcos por mujer es demasiado alto. Nosotros proponemos pagar no más de 170 marcos por mujer... Los experimentos fueron realizados. Todas las personas murieron. Necesitamos lo más pronto posible un nuevo envío...” (CGBG).
Muchas de estas actividades fueron conocidas gracias a la celebración, entre 1945 y 1949, en la ciudad alemana de Nüremberg, de los famosos juicios contra los dirigentes del régimen nacionalsocialista alemán y otros criminales de guerra nazis por parte de un Tribunal Militar Internacional. Precisamente, en el denominado Juicio a los Médicos (United States of America vs. Karl Brandt, et al.) se condenó a muerte a algunos de los participantes en las atrocidades experimentales comentadas previamente, como Mrugowsky y Waldemar Hoven.
Evadir la acción de la justicia
Sin embargo, otros lograron evadir la acción de la justicia, como el propio Mengele, quien escapó a América del Sur, llegando a fallecer de muerte natural. El mismo año que finalizó este Juicio se inició otro (en agosto de 1947) en la misma sede de Nüremberg (United States of America vs. Carl Krauch, et al.), popularmente conocido como IG Farben Trial, en el que se procesó a 24 directivos y científicos de dicha corporación químico-farmacéutica también por “crímenes contra la Humanidad” (experimentos con prisioneros, uso de trabajadores esclavos, maltrato, tortura y asesinato de prisioneros, etc.), entre otros delitos (planificación y preparación para la guerra e invasión de otros países). Las condenas, en este caso, fueron bastante más benévolas (13 fueron declarados inocentes y el resto condenados a penas comprendidas entre 6 meses y 8 años de prisión) en parte debido a la escasez de pruebas incriminatorias documentales, pues desde septiembre de 1944 y ante el avance de las tropas aliadas se puso en marcha un operativo de destrucción de todos los archivos comprometedores de la corporación.
En respuesta a las atrocidades cometidas por los médicos y científicos nazis en materia de investigación humana, reveladas durante el transcurso de los juicios de Nüremberg, surgió el primer código internacional de ética para la investigación con seres humanos, el Código de Nüremberg, bajo el precepto hipocrático primum non nocere. Este Código, orientado a impedir cualquier repetición de la tragedia, puesta de manifiesto por ataques directos a los derechos y al bienestar de las personas, fue publicado el 19 de agosto de 1947, estableciendo las normas para llevar a cabo experimentos con seres humanos e incidiendo especialmente en la obtención del consentimiento voluntario del sujeto motivo de investigación.
En cualquier caso, las aportaciones reales para el avance de la ciencia médica de todos los programas de investigación basados en el crimen de Estado durante el período nacionalsocialista fueron prácticamente nulas, o como diría Leo T. Alexander, uno de los asesores médicos norteamericanos de la acusación contra los responsables de estas prácticas e inspirador del Código de Nüremberg: “el resultado fue un significativo avance para la ciencia del asesinato o ktenología”.
Un importante sector de la medicina alemana se vio involucrado directamente en una fanática y falsa noción de ciencia racial y “eugenésica”, acoplada profundamente a una ideología de marcado carácter racista que acabó con el programa de exterminio generalizado.
Con la ascensión al poder del Partido Nacionalsocialista Alemán de los Trabajadores (Nationalsozialistische Deutsche Arbeiterpartei, NSDAP), el enorme prestigio internacional de que gozaba la medicina alemana se vio bruscamente truncado. De hecho, los sucesivos gobiernos del Partido Nazi fueron generando un perverso sistema de destrucción de la conciencia social que, en su vertiente sanitaria, supuso la institucionalización de conductas criminales en materia de salud pública e higiene racial, y en cuya red se vieron involucrados un gran número de profesionales de la medicina, desde médicos generales hasta especialistas, como ginecólogos, cirujanos, pediatras psiquiatras.
Cuando en la primavera de 1933 Adolf Hitler alcanzó la presidencia en Alemania comenzó a poner en marcha, siguiendo las promesas electorales que le elevaron al poder, políticas racistas en defensa de una “raza superior” en cuya confección estuvieron presentes determinados sectores de la medicina alemana. Entre las primeras de estas leyes se encontraba la Ley para la Prevención de las Enfermedades Hereditarias de la Descendencia (Gesetz zur Verhütung Erkrankung Nachwuchses), más conocida como Acta de Esterilización, promulgada el 14 de julio de 1933. Esta normativa permitía, a instancias de un tribunal compuesto por dos médicos y un juez, la esterilización obligatoria de sujetos (Erbgesundheitsgesetz) diagnosticados de debilidad mental congénita, esquizofrenia, “locura circular” (psicosis maníaco-depresiva), epilepsia hereditaria, baile de “San Vito” hereditario (corea de Huntington), ceguera y sordera congénitas, pronunciadas malformaciones corporales de carácter hereditario, alcoholismo crónico grave, etc.
Esta ley fue aplicada junto con la Gesetz Gegen Gefährliche Gewohnheits Verbrecher o Acta contra Criminales Peligrosos, que tenía el mismo fin y utilizaba los mismos medios. Las esterilizaciones comenzaron en 1934 y, en la práctica, terminaron con el comienzo de la II Guerra Mundial, con un saldo final de unas 350.000 personas esterilizadas (0,5% de la población total). Como señaló Peters, “de la esterilización forzada al Holocausto sólo había un paso”.
Eliminar una generación
El propósito final de estas y otras leyes (la Ley de Protección de la Salud Hereditaria del Pueblo Alemán y la Ley de Salud Marital, más conocidas como Leyes de Nüremberg) era eliminar a una generación completa de sujetos con deficiencias genéticas a fin de “depurar” el banco de genes y mejorar la “raza germana”. Los beneficios que se obtendrían con la aplicación de las leyes basadas en planteamientos eugenésicos fueron ampliamente difundidos en contundentes campañas publicitarias por la eficiente maquinaria de propaganda del III Reich.
Uno de los principales promotores del Acta de Esterilización fue el presidente de la Asociación para la Higiene Mental y Racial, y posteriormente presidente de la Asociación Alemana de Psiquiatría y Neurología, Prof. Ernst Rüdin, quien, bajo el auspicio del Ministerio del Interior, organizó una serie de cursos y seminarios dirigidos a los médicos con el objetivo de prepararlos e implicarlos en la aplicación de las leyes que el gobierno estaba promulgando para el “tratamiento” de las enfermedades hereditarias y la “higiene racial”.
La actividad propagandística del ejecutivo nazi fue tremendamente eficaz como herramienta de perversión de la conciencia y la opinión pública. En líneas generales, un importante sector de la medicina alemana se vio involucrado directamente en esta fanática y falsa noción de ciencia racial y “eugenésica”, acoplada profundamente a una ideología de marcado carácter racista que acabó con el programa de exterminio generalizado o, como algunos autores lo han calificado, “la medicalización del antisemitismo”. De hecho, la Asociación Médica Alemana, en su revista oficial, no sólo no se opuso al desarrollo de estas leyes sino que las alabó abiertamente.
Operación T4
Con el antecedente previo que supuso el establecimiento de las Leyes de Nüremberg y ante la inminencia del inicio de la Referentes históricos guerra (que precisaría liberar miles de camas hospitalarias para atender a los soldados heridos), Hitler firmó, el 1 de septiembre de 1939, un decreto preparado por diez asesores, incluidos entre ellos Leonardo Conti, secretario de Salud del Ministerio del Interior, y Hans Heinrich Lammers, director de la Cancillería del Reich, que fue aplicado a partir de ese mismo día, fecha de inicio de la II Guerra Mundial. En este documento se especificaba que “a pacientes incurables, después de una valoración crítica del estado de su enfermedad, les fuera permitida una muerte eutanásica”. Este decreto constituyó la base del Programa para la Eutanasia, Gnadentod (“muerte caritativa”), conocido popularmente como Operación T4 o Acción T4, debido a la localización de su oficina administrativa en el número 4 de la Tiergartenstrasse de Berlín, y supuso el inicio del exterminio en masa de pacientes con “deficiencias” o patologías mentales. Hay que tener presente, en este sentido, que los enfermos mentales eran considerados, incluso en textos científicos de la época, como seres inferiores (minderwertig), llegando a ser calificados en algunos círculos médicos como “conchas humanas vacías” (Leere Menschenhülsen) o “vidas que no merecen la pena vivirse” (Lebesunwertes Leebn).
La supervisión y desarrollo del Programa para la Eutanasia se encargó al reichsleiter Philip Bouhler, jefe de la Cancillería del Führer, y la dirección operativa a Karl Brandt, médico personal de Hitler, aunque gozó de la asesoría de algunos prestigiosos psiquiatras, como los profesores Paul Nitsche, Werner Heyde y Friedrich Mennecke. Siguiendo órdenes, todos los directores de hospitales psiquiátricos de Alemania fueron convocados en Berlín e informados sobre los procedimientos relativos al funcionamiento de este Programa, que se iniciaba con el envío de cuestionarios a todas las instituciones psiquiátricas, que debían ser cumplimentados para cada enfermo y devueltos para su estudio por un comité de expertos, integrado por 54 prestigiosos psiquiatras, que revisaban y valoraban los cuestionarios remitidos.
Si tras la valoración del caso se decidía que el paciente era un candidato al Programa de Eutanasia se marcaba el cuestionario con una X. Pronto surgió el término popular Kreuzelschreiber (escritores de X) para designar a este grupo y, por extensión, a una parte del colectivo psiquiátrico. Una vez decidida la muerte de un paciente, se le trasladaba a uno de los seis centros regionales de exterminio (Brandenburg, Bernburg, Hartheim, Grafeneck, Sonnenstein y Hadamar) distribuidos por todo el Reich, algunos de ellos integrados dentro de instituciones psiquiátricas, donde eran asesinados mediante la intoxicación con monóxido de carbono (método testado por Brandt en el Hospital Psiquiátrico de Brandenburg), incinerándose rápidamente los cuerpos en hornos crematorios.
Cartas de condolencia
Esta práctica sirvió de modelo para la posterior puesta en marcha de la denominada “Solución Final” del caso judío (Endlösung der Judenfrage). Este modus operandi de la Acción T4 entroncaba con los planteamientos de la típica y controvertida burocracia nacionalsocialista, pues mientras miles de prisioneros eran asesinados en los campos de concentración sin formalidad administrativa ninguna, a los sujetos concernidos en esta operación se les examinaba para conocer sus aptitudes, elaborándose un expediente para cada uno de ellos. Incluso, a posteriori, los médicos responsables de la asistencia de estos pacientes firmaban una carta de condolencia para los familiares (Trostbrief), elaborada en un departamento específico para ello, y falsificaban los certificados de fallecimiento, atribuyendo la muerte a causas naturales.
Del mismo modo, incluso con anterioridad a la firma de este Programa, se introdujo la obligatoriedad a los médicos alemanes de informar sobre “neonatos malformados” o “idiotas”. El estudio de estos niños afectos de enfermedades supuestamente incurables correspondía a una comisión especial integrada por dos catedráticos de pediatría y un médico de la organización T4 que decidían si estos niños eran o no “condenados”. Se ha estimado que por esta vía se llegó a asesinar, hasta 1945, a unos 5.000 niños.
La Acción T4 fue posteriormente implementada para abarcar un mayor espectro de sujetos no aptos para la sociedad o que pudieran suponer una amenaza pública (primero, delincuentes o sujetos con comportamiento antisocial, para finalmente englobar a prostitutas, vagabundos u homosexuales). El Programa se expandió también, eventualmente, a prisioneros de los campos de concentración y de los países ocupados (Operación 14f13). Los asesinatos se realizaban en los asilos y especialmente en los hospitales organizados para este fin, convirtiéndose en parte de la rutina hospitalaria de esas instituciones. En total, se estima que la Operación T4, en cuyo núcleo siempre se situaba personal sanitario, acabó con la vida de más de 200.000 sujetos, entre ellos 73.000 pacientes psiquiátricos.
Eutanasia discreta
Dos años después de su inicio, el 24 de agosto de 1941, la Acción T4 fue suspendida, debido a las protestas populares dirigidas, fundamentalmente, por el obispo católico de Münster, Clemens Graf von Galen, y a la concentración de esfuerzos en la guerra contra la Unión Soviética, aunque esto no supusiese un cese de los asesinatos, que continuaron de forma furtiva, lejos de la vista de la opinión pública. Estos procedimientos, llevados a cabo en las mismas instituciones sanitarias donde los pacientes estaban ingresados, han sido calificados como “eutanasia discreta”. Los pacientes eran asesinados mediante la reducción al mínimo de las raciones alimentarias, que quedaron prácticamente limitadas a verduras cocidas (dieta E) o cancelando la calefacción de los hospitales en invierno. En algunos centros, los médicos, psiquiatras y enfermeros aceleraban la muerte de los pacientes mediante la administración prolongada de dosis bajas de barbitúricos, con lo que se conseguía una neumonía terminal, o con una inyección intravenosa letal de varios fármacos, como opiáceos y escopolamina. En esta segunda fase de eutanasia discreta se ha estimado que pudieron ser asesinados unos 110.000 pacientes.
Tras el final de la II Guerra Mundial, un Tribunal Militar Internacional integrado por jueces de los 4 países aliados juzgó en la ciudad de Nüremberg a antiguos líderes nazis. En uno de estos juicios se imputó a 3 oficiales y 20 médicos bajo la acusación, entre otros cargos, de “crímenes contra la Humanidad” (United States of America vs. Karl Brandt, et al.); el Tribunal condenó a muerte, el 20 de agosto de 1947, a 7 de los acusados (incluido Karl Brandt), 9 fueron sentenciados a penas de prisión y los otros 7 fueron absueltos. No obstante, en relación con los programas de eutanasia y salud mental, a pesar de que 3 de los condenados estaban relacionados directamente con ellos, los máximos responsables de los mismos se suicidaron previamente, como Bouhler, Conti o Carl Schneider, y otros, como Nitsche, fueron ejecutados por las tropas soviéticas.
Aunque sería injusto generalizar, tratando de involucrar a todos los médicos alemanes de la época en las prácticas ilícitas y criminales del régimen nazi, es preciso preguntarse por el motivo del gran apoyo del estamento médico a dichas políticas; no hay que olvidar, en este sentido, que durante un determinado período del III Reich, hasta el 45% de los médicos alemanes llegaron a ingresar en el Partido Nazi y que ninguna otra profesión alcanzó estas cifras de afiliación política.
Entusiasmo inicial generalizado
En el marco de un cierto entusiasmo inicial generalizado, los médicos implicados en la aplicación de las leyes nazis, y los que pasivamente las aceptaron, argumentaban que la norma estaba concebida para el beneficio de la nación y no para el del paciente si se quería dejar un legado de salud a las generaciones venideras, lo que suponía la invocación de conceptos de naturaleza tan engañosa y coercitiva como los de “causa mayor” o “misión sagrada”.
Por otro lado, con el establecimiento de estas leyes, los ingresos económicos de los médicos alemanes se incrementaron de forma notoria, incentivos que podrían haber favorecido una cierta relajación de los principios éticos inherentes a la práctica médica. Algunos médicos creían también que por la ciencia todo estaba justificado, incluso los inhumanos experimentos cometidos durante la II Guerra Mundial en los campos de concentración; otros se autocontemplaban simplemente como patriotas y su actos los justificaban como si fueran acciones de guerra; también los había que estaban enfermizamente imbuidos por la perversa filosofía nazi; otros, de carácter más ambicioso, ejercían en los programas de exterminio como forma de promoción en sus carreras profesionales y académicas.
En cualquier caso, la implicación médica en el desarrollo y la implementación de los programas eugenésicos de exterminio era forzosamente necesaria y desvincularse completamente de esta maquinaria podía llegar a ser bastante difícil para muchos integrantes de este colectivo, sobre todo en una atmósfera recreada alrededor del miedo colectivo.
La investigación biomédica en la Alemania pre-nazi era considerada como la más avanzada del mundo, no sólo en relación con sus propios frutos, sino también en sus reglamentos éticos. Sin embargo, la llegada al poder de Adolf Hitler invirtió radicalmente esta situación.
La investigación biomédica en la Alemania pre-nazi, al igual que sucedía en otros ámbitos de las disciplinas sanitarias, podría ser considerada como la más avanzada del momento, no sólo en relación con los propios frutos de sus diferentes líneas de trabajo, sino también en relación a las normas y reglamentos éticos y legales de protección de los sujetos de investigación. De hecho, el gran interés por parte del colectivo médico en materia de ética en investigación biomédica se puso de manifiesto con la promulgación por el Gobierno del Reich Prusiano, en 1900, de una serie de normas éticas relativas a la experimentación en humanos con nuevas herramientas terapéuticas, tras el escándalo del denominado “caso Neisser”, en el que se emplearon prostitutas para investigar una vacuna contra la sífilis, sin ser informadas y sin su consentimiento.
Posteriormente, en 1931, el Ministerio del Interior del Reich dictó unas Directrices para Nuevas Terapias y Experimentación en Humanos donde se recogía la doctrina legal del consentimiento informado, prohibiéndose la experimentación con moribundos y con necesitados económicos o sociales. Sin embargo, la llegada al poder del partido de Adolf Hitler abortó radicalmente este desarrollo ético, invirtiendo completamente los principios básicos del respeto a los sujetos participantes en investigaciones médicas. Es más, esta herramienta de progreso se transformó en un perverso sistema de represión, en el que se vieron inmersos un gran número de profesionales sanitarios, que acabaron siendo copartícipes de numerosos abusos cometidos en relación con la investigación médica.
Además de las implicaciones del colectivo médico en los programas de esterilización y eutanasia, la más preocupante expresión de la conexión entre la comunidad médica y la tragedia nazi fue el empleo forzado de seres humanos como material de investigación y de laboratorio, no sólo en los nefastos campos de exterminio, sino en los propios hospitales y universidades, llegando incluso, en algunas ocasiones, a explotar los cuerpos después de la muerte.
Empleo forzado de seres humanos para investigación
Entre los candidatos a ser reclutados para tales atrocidades se encontraban, además de los judíos, otros colectivos étnicos o sociales desahuciados, como gitanos, eslavos, homosexuales y, por supuesto, los discapacitados físicos y psíquicos. En relación con estos últimos, algunos de los responsables de estos actos, según recoge Seidelman, los justificaban de la siguiente forma: “Si los enfermos tienen que morir en cualquier caso, a causa de la valoración pericial de uno de mis colegas, ¿por qué no utilizarlos en vida o tras su ejecución para investigar?”.
Aunque menos conocidas que otros proyectos de investigación realizados en otros ámbitos de la medicina, relataremos, a modo de ejemplo, dos investigaciones neuropsiquiátricas que han podido ser relativamente bien documentadas. Una de ellas es un amplio proyecto de investigación sobre diversas formas de retraso mental y epilepsia realizado bajo la dirección de Carl Schneider (catedrático de Psiquiatría en Heidelberg), cuyo desarrollo pasaba por la evaluación y el estudio exhaustivo, a largo plazo, de los pacientes en vida, tanto desde la perspectiva neuropsicológica como fisiológica y terapéutica, y la coronación de la investigación, posteriormente, mediante el estudio anatomopatológico de sus cerebros, después de someterlos al Programa de Eutanasia.
La correspondencia de Schneider ha permitido mostrar su gran interés por obtener el visto bueno de los evaluadores de la Operación T4, y hay constancia de que, al menos, se analizaron 194 cerebros en su departamento. En el proyecto, el profesor Julius Hallervorden, subdirector del Kaiser-Wilhelm Institut para Investigación Cerebral de Berlín-Buch, se habría personado en uno de los centros de eutanasia adscritos a su jurisdicción (el del asilo de Brandenburg) para coordinar la extracción de los cerebros de pacientes recién ejecutados, y dado que conocía los diagnósticos de los enfermos antes de su ejecución, podía elegir los cerebros que fueran de interés para sus investigaciones.
“Material maravilloso”: 500 cerebros de asesinados
En un informe del Combined Intelligence Operative Subcommittee (CIOS), documento catalogado como L-170 aportado en el Juicio de Nüremberg contra los médicos nazis, se especifica que el “Dr. Hallervorden obtuvo 500 cerebros de los centros de exterminio de pacientes mentales. Estos pacientes fueron asesinados en varias instituciones mediante la inhalación de monóxido de carbono”. En sus declaraciones, Hallervorden comentó que “los cerebros constituían un material maravilloso; preciosos defectos mentales, malformaciones y enfermedades infantiles tempranas”. Sin embargo, siguiendo una forma de proceder habitual entre gran parte de la clase médica alemana, apuntaba en relación con el material utilizado: “... de donde ellos procedían [los cerebros] y como llegaban a mí no era realmente un asunto de mi incumbencia”.
Afortunadamente, muchos de estos proyectos hubieron de suspenderse, ya que tras la derrota alemana de Stalingrado la mayor parte de los médicos que participaban en los mismos fueron llamados a filas. Sin embargo, quedó patente que muchos médicos alemanes habían abandonado sus deberes para con sus pacientes y habían renunciado al juramento ético inherente a su profesión. A pesar de esto, y aunque algunos responsables de estos proyectos no pudieron asimilar su culpa, como Schneider, que acabó suicidándose tras finalizar la guerra, otros continuaron con su actividad clínica, como Hallervorden, quien continuó con su puesto de subdirector del Instituto de investigación berlinés. Es más, tras finalizar la guerra, publicó numerosos trabajos científicos basados en los materiales obtenidos durante los oscuros años de la Acción T4, como los referentes al efecto del monóxido de carbono en el desarrollo cerebral de los fetos.
Con respecto al uso de prisioneros sanos, los reprobables experimentos humanos realizados por los médicos nazis fueron más habituales, y mejor documentados y conocidos actualmente, en ciertos ámbitos de la medicina, como la genética, la ginecología, la cirugía o la traumatología. Baste recordar los experimentos por los que fueron juzgados algunos médicos en Nüremberg, como ensayos de congelación, inoculación de bacilos de la tuberculosis, amputación de miembros, esterilizaciones quirúrgicas sin anestesia, etc.
El papel de la industria químico-farmacéutica
Sin embargo, los prisioneros de los campos de concentración constituyeron, asimismo, la principal fuente de reclutamiento para los estudios farmacológicos y en ellos jugaron un destacado papel otros sectores del sistema sanitario del régimen nazi, fundamentalmente la industria químico-farmacéutica, que ha sido vinculada también a los programas de investigación médica y de exterminio sistemático en dichos “campos dela muerte”, donde pudo ensayar prácticamente sin trabas sus agentes farmacológicos.
Al inicio de la II Guerra Mundial, en 1939, I.G. Farben (Interessen- Gemeinschaft Farbenindustrie AG), un conglomerado de compañías fundado en 1925 y que prácticamente monopolizaba la industria farmacéutica alemana, era ya el mayor imperio químico-industrial del mundo. El vínculo entre esta corporación y la jerarquía nazi era tan estrecho que tras las continuas invasiones de los países vecinos por parte de la Wehrmacht, I.G. Farben se fue “anexionando” las principales compañías químicas de los territorios ocupados, actuando, en palabras de Borkin como “un chacal tras el león hitleriano”.
Durante el conflicto bélico, I.G. Farben se vio involucrada en numerosos episodios relacionados con actividades criminales del ejecutivo nazi, incluyendo el empleo de mano de obra esclava en las instalaciones construidas en las inmediaciones de los campos de concentración, como la de Monowitz, en la inmediaciones de Auschwitz. Además, en este campo ensayó distintas sustancias farmacológicas, como derivados sulfamídicos, arsenicales y otras preparaciones cuya composición no se conoce exactamente (B-1012, B-1034, 3382 o Rutenol, 3582 o Akridin), generalmente para el tratamiento de enfermedades infecciosas como el tifus, erisipela, escarlatina, diarreas paratifoideas, etc., que previamente inducían en los sujetos de estudio y que solían finalizar con unas elevadísimas tasas de mortalidad.
Amoralidad y degradación ética
Entre los responsables de estos proyectos farmacológicos se encontraban ex-científicos de I.G. Farben, como el comandante médico de las Schutzstaffel (SS) Helmuth Vetter, o médicos de los campos de exterminio, como el célebre e infame Joseph Mengele, aunque el ideólogo y máximo responsable de la mayor parte de los experimentos médicos realizados en los diferentes campos de concentración fue Joachim Mrugowsky, coronel-director del Instituto Central de Higiene de las Waffen SS y profesor asociado de la Universidad de Berlín: experimentos con vacunas del tifus, con edemas gaseosos y con inyecciones letales fenólicas en Buchenwald; con diferentes venenos en Sachsenhausen; con sulfanilamidas en Ravensbrück; y con el uso generalizado del gas Zyklon-B en Auschwitz. Por otro lado, en el campo de Buchenwald se estudiaron los efectos de la administración conjunta de metanfetamina y fenobarbital, las propiedades anestésicas de la administración de hexobarbital sódico e hidrato de cloral en intervenciones quirúrgicas a sujetos sanos, y se recurrió a las inyecciones letales de apomorfina.
Una prueba del nivel de amoralidad y degradación ética del entorno sanitario del régimen nazi se puede obtener de una carta encontrada en los archivos del campo de Auschwitz, que reflejaba la correspondencia entre su comandante y determinados departamentos de la compañía I.G. Farben. Estos últimos solicitaban la compra de prisioneras para un proyecto de investigación con un fármaco hipnótico: “Nosotros necesitamos unas 150 mujeres en el mejor estado de salud posible... Confirmamos su respuesta positiva, pero consideramos que el precio de 200 marcos por mujer es demasiado alto. Nosotros proponemos pagar no más de 170 marcos por mujer... Los experimentos fueron realizados. Todas las personas murieron. Necesitamos lo más pronto posible un nuevo envío...” (CGBG).
Muchas de estas actividades fueron conocidas gracias a la celebración, entre 1945 y 1949, en la ciudad alemana de Nüremberg, de los famosos juicios contra los dirigentes del régimen nacionalsocialista alemán y otros criminales de guerra nazis por parte de un Tribunal Militar Internacional. Precisamente, en el denominado Juicio a los Médicos (United States of America vs. Karl Brandt, et al.) se condenó a muerte a algunos de los participantes en las atrocidades experimentales comentadas previamente, como Mrugowsky y Waldemar Hoven.
Evadir la acción de la justicia
Sin embargo, otros lograron evadir la acción de la justicia, como el propio Mengele, quien escapó a América del Sur, llegando a fallecer de muerte natural. El mismo año que finalizó este Juicio se inició otro (en agosto de 1947) en la misma sede de Nüremberg (United States of America vs. Carl Krauch, et al.), popularmente conocido como IG Farben Trial, en el que se procesó a 24 directivos y científicos de dicha corporación químico-farmacéutica también por “crímenes contra la Humanidad” (experimentos con prisioneros, uso de trabajadores esclavos, maltrato, tortura y asesinato de prisioneros, etc.), entre otros delitos (planificación y preparación para la guerra e invasión de otros países). Las condenas, en este caso, fueron bastante más benévolas (13 fueron declarados inocentes y el resto condenados a penas comprendidas entre 6 meses y 8 años de prisión) en parte debido a la escasez de pruebas incriminatorias documentales, pues desde septiembre de 1944 y ante el avance de las tropas aliadas se puso en marcha un operativo de destrucción de todos los archivos comprometedores de la corporación.
En respuesta a las atrocidades cometidas por los médicos y científicos nazis en materia de investigación humana, reveladas durante el transcurso de los juicios de Nüremberg, surgió el primer código internacional de ética para la investigación con seres humanos, el Código de Nüremberg, bajo el precepto hipocrático primum non nocere. Este Código, orientado a impedir cualquier repetición de la tragedia, puesta de manifiesto por ataques directos a los derechos y al bienestar de las personas, fue publicado el 19 de agosto de 1947, estableciendo las normas para llevar a cabo experimentos con seres humanos e incidiendo especialmente en la obtención del consentimiento voluntario del sujeto motivo de investigación.
En cualquier caso, las aportaciones reales para el avance de la ciencia médica de todos los programas de investigación basados en el crimen de Estado durante el período nacionalsocialista fueron prácticamente nulas, o como diría Leo T. Alexander, uno de los asesores médicos norteamericanos de la acusación contra los responsables de estas prácticas e inspirador del Código de Nüremberg: “el resultado fue un significativo avance para la ciencia del asesinato o ktenología”.
Un importante sector de la medicina alemana se vio involucrado directamente en una fanática y falsa noción de ciencia racial y “eugenésica”, acoplada profundamente a una ideología de marcado carácter racista que acabó con el programa de exterminio generalizado.
Con la ascensión al poder del Partido Nacionalsocialista Alemán de los Trabajadores (Nationalsozialistische Deutsche Arbeiterpartei, NSDAP), el enorme prestigio internacional de que gozaba la medicina alemana se vio bruscamente truncado. De hecho, los sucesivos gobiernos del Partido Nazi fueron generando un perverso sistema de destrucción de la conciencia social que, en su vertiente sanitaria, supuso la institucionalización de conductas criminales en materia de salud pública e higiene racial, y en cuya red se vieron involucrados un gran número de profesionales de la medicina, desde médicos generales hasta especialistas, como ginecólogos, cirujanos, pediatras psiquiatras.
Cuando en la primavera de 1933 Adolf Hitler alcanzó la presidencia en Alemania comenzó a poner en marcha, siguiendo las promesas electorales que le elevaron al poder, políticas racistas en defensa de una “raza superior” en cuya confección estuvieron presentes determinados sectores de la medicina alemana. Entre las primeras de estas leyes se encontraba la Ley para la Prevención de las Enfermedades Hereditarias de la Descendencia (Gesetz zur Verhütung Erkrankung Nachwuchses), más conocida como Acta de Esterilización, promulgada el 14 de julio de 1933. Esta normativa permitía, a instancias de un tribunal compuesto por dos médicos y un juez, la esterilización obligatoria de sujetos (Erbgesundheitsgesetz) diagnosticados de debilidad mental congénita, esquizofrenia, “locura circular” (psicosis maníaco-depresiva), epilepsia hereditaria, baile de “San Vito” hereditario (corea de Huntington), ceguera y sordera congénitas, pronunciadas malformaciones corporales de carácter hereditario, alcoholismo crónico grave, etc.
Esta ley fue aplicada junto con la Gesetz Gegen Gefährliche Gewohnheits Verbrecher o Acta contra Criminales Peligrosos, que tenía el mismo fin y utilizaba los mismos medios. Las esterilizaciones comenzaron en 1934 y, en la práctica, terminaron con el comienzo de la II Guerra Mundial, con un saldo final de unas 350.000 personas esterilizadas (0,5% de la población total). Como señaló Peters, “de la esterilización forzada al Holocausto sólo había un paso”.
Eliminar una generación
El propósito final de estas y otras leyes (la Ley de Protección de la Salud Hereditaria del Pueblo Alemán y la Ley de Salud Marital, más conocidas como Leyes de Nüremberg) era eliminar a una generación completa de sujetos con deficiencias genéticas a fin de “depurar” el banco de genes y mejorar la “raza germana”. Los beneficios que se obtendrían con la aplicación de las leyes basadas en planteamientos eugenésicos fueron ampliamente difundidos en contundentes campañas publicitarias por la eficiente maquinaria de propaganda del III Reich.
Uno de los principales promotores del Acta de Esterilización fue el presidente de la Asociación para la Higiene Mental y Racial, y posteriormente presidente de la Asociación Alemana de Psiquiatría y Neurología, Prof. Ernst Rüdin, quien, bajo el auspicio del Ministerio del Interior, organizó una serie de cursos y seminarios dirigidos a los médicos con el objetivo de prepararlos e implicarlos en la aplicación de las leyes que el gobierno estaba promulgando para el “tratamiento” de las enfermedades hereditarias y la “higiene racial”.
La actividad propagandística del ejecutivo nazi fue tremendamente eficaz como herramienta de perversión de la conciencia y la opinión pública. En líneas generales, un importante sector de la medicina alemana se vio involucrado directamente en esta fanática y falsa noción de ciencia racial y “eugenésica”, acoplada profundamente a una ideología de marcado carácter racista que acabó con el programa de exterminio generalizado o, como algunos autores lo han calificado, “la medicalización del antisemitismo”. De hecho, la Asociación Médica Alemana, en su revista oficial, no sólo no se opuso al desarrollo de estas leyes sino que las alabó abiertamente.
Operación T4
Con el antecedente previo que supuso el establecimiento de las Leyes de Nüremberg y ante la inminencia del inicio de la Referentes históricos guerra (que precisaría liberar miles de camas hospitalarias para atender a los soldados heridos), Hitler firmó, el 1 de septiembre de 1939, un decreto preparado por diez asesores, incluidos entre ellos Leonardo Conti, secretario de Salud del Ministerio del Interior, y Hans Heinrich Lammers, director de la Cancillería del Reich, que fue aplicado a partir de ese mismo día, fecha de inicio de la II Guerra Mundial. En este documento se especificaba que “a pacientes incurables, después de una valoración crítica del estado de su enfermedad, les fuera permitida una muerte eutanásica”. Este decreto constituyó la base del Programa para la Eutanasia, Gnadentod (“muerte caritativa”), conocido popularmente como Operación T4 o Acción T4, debido a la localización de su oficina administrativa en el número 4 de la Tiergartenstrasse de Berlín, y supuso el inicio del exterminio en masa de pacientes con “deficiencias” o patologías mentales. Hay que tener presente, en este sentido, que los enfermos mentales eran considerados, incluso en textos científicos de la época, como seres inferiores (minderwertig), llegando a ser calificados en algunos círculos médicos como “conchas humanas vacías” (Leere Menschenhülsen) o “vidas que no merecen la pena vivirse” (Lebesunwertes Leebn).
La supervisión y desarrollo del Programa para la Eutanasia se encargó al reichsleiter Philip Bouhler, jefe de la Cancillería del Führer, y la dirección operativa a Karl Brandt, médico personal de Hitler, aunque gozó de la asesoría de algunos prestigiosos psiquiatras, como los profesores Paul Nitsche, Werner Heyde y Friedrich Mennecke. Siguiendo órdenes, todos los directores de hospitales psiquiátricos de Alemania fueron convocados en Berlín e informados sobre los procedimientos relativos al funcionamiento de este Programa, que se iniciaba con el envío de cuestionarios a todas las instituciones psiquiátricas, que debían ser cumplimentados para cada enfermo y devueltos para su estudio por un comité de expertos, integrado por 54 prestigiosos psiquiatras, que revisaban y valoraban los cuestionarios remitidos.
Si tras la valoración del caso se decidía que el paciente era un candidato al Programa de Eutanasia se marcaba el cuestionario con una X. Pronto surgió el término popular Kreuzelschreiber (escritores de X) para designar a este grupo y, por extensión, a una parte del colectivo psiquiátrico. Una vez decidida la muerte de un paciente, se le trasladaba a uno de los seis centros regionales de exterminio (Brandenburg, Bernburg, Hartheim, Grafeneck, Sonnenstein y Hadamar) distribuidos por todo el Reich, algunos de ellos integrados dentro de instituciones psiquiátricas, donde eran asesinados mediante la intoxicación con monóxido de carbono (método testado por Brandt en el Hospital Psiquiátrico de Brandenburg), incinerándose rápidamente los cuerpos en hornos crematorios.
Cartas de condolencia
Esta práctica sirvió de modelo para la posterior puesta en marcha de la denominada “Solución Final” del caso judío (Endlösung der Judenfrage). Este modus operandi de la Acción T4 entroncaba con los planteamientos de la típica y controvertida burocracia nacionalsocialista, pues mientras miles de prisioneros eran asesinados en los campos de concentración sin formalidad administrativa ninguna, a los sujetos concernidos en esta operación se les examinaba para conocer sus aptitudes, elaborándose un expediente para cada uno de ellos. Incluso, a posteriori, los médicos responsables de la asistencia de estos pacientes firmaban una carta de condolencia para los familiares (Trostbrief), elaborada en un departamento específico para ello, y falsificaban los certificados de fallecimiento, atribuyendo la muerte a causas naturales.
Del mismo modo, incluso con anterioridad a la firma de este Programa, se introdujo la obligatoriedad a los médicos alemanes de informar sobre “neonatos malformados” o “idiotas”. El estudio de estos niños afectos de enfermedades supuestamente incurables correspondía a una comisión especial integrada por dos catedráticos de pediatría y un médico de la organización T4 que decidían si estos niños eran o no “condenados”. Se ha estimado que por esta vía se llegó a asesinar, hasta 1945, a unos 5.000 niños.
La Acción T4 fue posteriormente implementada para abarcar un mayor espectro de sujetos no aptos para la sociedad o que pudieran suponer una amenaza pública (primero, delincuentes o sujetos con comportamiento antisocial, para finalmente englobar a prostitutas, vagabundos u homosexuales). El Programa se expandió también, eventualmente, a prisioneros de los campos de concentración y de los países ocupados (Operación 14f13). Los asesinatos se realizaban en los asilos y especialmente en los hospitales organizados para este fin, convirtiéndose en parte de la rutina hospitalaria de esas instituciones. En total, se estima que la Operación T4, en cuyo núcleo siempre se situaba personal sanitario, acabó con la vida de más de 200.000 sujetos, entre ellos 73.000 pacientes psiquiátricos.
Eutanasia discreta
Dos años después de su inicio, el 24 de agosto de 1941, la Acción T4 fue suspendida, debido a las protestas populares dirigidas, fundamentalmente, por el obispo católico de Münster, Clemens Graf von Galen, y a la concentración de esfuerzos en la guerra contra la Unión Soviética, aunque esto no supusiese un cese de los asesinatos, que continuaron de forma furtiva, lejos de la vista de la opinión pública. Estos procedimientos, llevados a cabo en las mismas instituciones sanitarias donde los pacientes estaban ingresados, han sido calificados como “eutanasia discreta”. Los pacientes eran asesinados mediante la reducción al mínimo de las raciones alimentarias, que quedaron prácticamente limitadas a verduras cocidas (dieta E) o cancelando la calefacción de los hospitales en invierno. En algunos centros, los médicos, psiquiatras y enfermeros aceleraban la muerte de los pacientes mediante la administración prolongada de dosis bajas de barbitúricos, con lo que se conseguía una neumonía terminal, o con una inyección intravenosa letal de varios fármacos, como opiáceos y escopolamina. En esta segunda fase de eutanasia discreta se ha estimado que pudieron ser asesinados unos 110.000 pacientes.
Tras el final de la II Guerra Mundial, un Tribunal Militar Internacional integrado por jueces de los 4 países aliados juzgó en la ciudad de Nüremberg a antiguos líderes nazis. En uno de estos juicios se imputó a 3 oficiales y 20 médicos bajo la acusación, entre otros cargos, de “crímenes contra la Humanidad” (United States of America vs. Karl Brandt, et al.); el Tribunal condenó a muerte, el 20 de agosto de 1947, a 7 de los acusados (incluido Karl Brandt), 9 fueron sentenciados a penas de prisión y los otros 7 fueron absueltos. No obstante, en relación con los programas de eutanasia y salud mental, a pesar de que 3 de los condenados estaban relacionados directamente con ellos, los máximos responsables de los mismos se suicidaron previamente, como Bouhler, Conti o Carl Schneider, y otros, como Nitsche, fueron ejecutados por las tropas soviéticas.
Aunque sería injusto generalizar, tratando de involucrar a todos los médicos alemanes de la época en las prácticas ilícitas y criminales del régimen nazi, es preciso preguntarse por el motivo del gran apoyo del estamento médico a dichas políticas; no hay que olvidar, en este sentido, que durante un determinado período del III Reich, hasta el 45% de los médicos alemanes llegaron a ingresar en el Partido Nazi y que ninguna otra profesión alcanzó estas cifras de afiliación política.
Entusiasmo inicial generalizado
En el marco de un cierto entusiasmo inicial generalizado, los médicos implicados en la aplicación de las leyes nazis, y los que pasivamente las aceptaron, argumentaban que la norma estaba concebida para el beneficio de la nación y no para el del paciente si se quería dejar un legado de salud a las generaciones venideras, lo que suponía la invocación de conceptos de naturaleza tan engañosa y coercitiva como los de “causa mayor” o “misión sagrada”.
Por otro lado, con el establecimiento de estas leyes, los ingresos económicos de los médicos alemanes se incrementaron de forma notoria, incentivos que podrían haber favorecido una cierta relajación de los principios éticos inherentes a la práctica médica. Algunos médicos creían también que por la ciencia todo estaba justificado, incluso los inhumanos experimentos cometidos durante la II Guerra Mundial en los campos de concentración; otros se autocontemplaban simplemente como patriotas y su actos los justificaban como si fueran acciones de guerra; también los había que estaban enfermizamente imbuidos por la perversa filosofía nazi; otros, de carácter más ambicioso, ejercían en los programas de exterminio como forma de promoción en sus carreras profesionales y académicas.
En cualquier caso, la implicación médica en el desarrollo y la implementación de los programas eugenésicos de exterminio era forzosamente necesaria y desvincularse completamente de esta maquinaria podía llegar a ser bastante difícil para muchos integrantes de este colectivo, sobre todo en una atmósfera recreada alrededor del miedo colectivo.
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