jueves, 3 de enero de 2008

Contra la presencia de una renovada y peligrosa xenofobia en Tacna

Contra la presencia de una renovada y peligrosa xenofobia en Tacna
“Guerra avisada no mata gente”

Ps. Rafael Enrique Azócar Prado
Parte II

En la primera parte de este artículo, señalábamos la necesidad de preguntarnos si nosotros mismos, mestizos peruanos, teníamos ascendientes entre el pueblo judío. Recordábamos que fueron miles los judíos españoles que se vieron forzados al bautizo cristiano y a cambiar sus apellidos hebreos por apellidos cristianos es esa época. Estos “nuevos cristianos” emigraron hacia América desde los primeros años de presencia española en el nuevo continente (recuérdese que la tripulación de Colón estaba compuesta por aproximadamente un tercio de hebreos convertidos al cristianismo y hasta trajo un traductor de orígen Hebreo: Luís de Torres). La emigración de estos “nuevos cristianos” continuó en los siglos siguientes, luego se dispersaron por los territorios conquistados y la mayoría se mezcló con nativos, peninsulares, europeos y mestizos. Sus descendientes fueron olvidando poco a pocos sus orígenes judíos, olvidaron sus ritos y costumbres Lo que siguió no es difícil de suponer: nació así la América morena, la América mestiza. Una pregunta entonces surge inevitable: ¿Es posible que alguno de nosotros pueda estar plenamente seguro de que por sus venas no corre una gota de sangre hebrea? A mi modo de ver, no es posible responder en ningún sentido a esta pegunta de modo convincente.
Pero, ¿y qué hay de los orígenes de la judeofobia?, ¿por qué ha persistido tanto tiempo el odio intenso hacia los judíos? Un sacerdote católico, Edward Flannery (autor del libro “Veintitrés Siglos de Antisemitismo”), escribió hace mucho tiempo: “La judeofobia es el odio más antiguo y más profundo de la historia humana. Otros odios pudieron haberlo sobrepasado en un momento determinado, pero todos ellos regresaron oportunamente a un papel apropiado en el basurero de la historia". El gran sabio judío-alemán Albert Einstein formuló una teoría del antisemitismo que se conoce como la teoría del chivo expiatorio, según la cual la judeofobia es orquestada por líderes políticos y/o populares que desean desviar el descontento popular. Los gobernantes frecuentemente han recurrido a buscar la culpa en "el Otro", algún grupo distinto de la mayoría, a fin de culparle por las desgracias militares, calamidades naturales, las pestes, las epidemias, las sequías, etc. En la historia europea, los judíos fueron el "Otro" más permanente. León Pinsker (autor del libro: “Historia y destino de los judíos”) decía que los judíos eran un "pueblo fantasma". Entonces, el mundo veía en ellos la horrorosa imagen de un cadáver caminante, “carecían de unidad, estructura, tierra y bandera, eran un pueblo que había cesado de existir y sin embargo continuaban con una semblanza de vida. Eran siempre huéspedes y nunca anfitriones”.
Las teorías sociológicas sobre el antijudeísmo se centran en el rol que desempeñaron los judíos en diversas sociedades, rol que los expuso a un encono especial. Por ejemplo ser prestamistas durante la Edad Media, o "secretarios de cámara" de reyes y nobles, o recaudadores de impuestos de los campesinos por encargo de los reyes católicos (¿será por ello que hoy se odie tanto a la SUNAT?). Por estos roles sociales, el historiador Fritz Lentz ve en la judeofobia una forma del rencor que puede sentir el obrero o campesino pobre hacia los ricos. Pero debemos tener en cuenta que los factores económicos no crean la judeofobia; sólo la exacerban. Los judíos fueron perseguidos en los estados económicos más diversos. Más judeofobia sufrieron las masas pobres de Rusia que los empresarios judíos del Canadá. En cierto modo, la posición socioeconómica de los judíos fue consecuencia (y no causa) de la judeofobia. Si los judíos se dedicaron a prestar dinero, es porque el miedo a los “progroms” o a las inminentes expulsiones los obligaba a invertir en oro y piedras preciosas, y no en propiedades. A los judíos la posesión de tierras les estaba prohibida y además el ejercicio de muchas profesiones les estaba vedado. Jean-Paul Sartre, describió (1966) al judeófobo como "el hombre que tiene miedo. No de los judíos, sino de sí mismo, de su propia conciencia, de su libertad..." Para Sartre, la judeofobia es "el miedo de estar vivo". Sin embargo, la teoría psicológica es insuficiente, porque considera la judeofobia tácitamente como una psicopatología. La judeofobia es maldad, ciertamente, pero la maldad no es una enfermedad.
La revisión de algunos estudios acerca de la judeofobia nos permite precisar que la judeofobia le permite a cierta gente ventilar sus instintos sádicos. Uno puede violentar, humillar y matar, y tendrá un aparato ideológico entero antiguo y establecido, que viene a defender la libre brutalidad. Por otro lado, al combatir a los judíos, un pueblo del que mucho se ha escrito y hablado, el judeófobo se siente más importante que si enfrentara a un grupo desconocido. Por otra parte, es imposible no destacar la irracionalidad de la judeofobia, como un egoísmo grupal contrapuesto al pensamiento racional. No olvidemos que los millares de judíos fueron quemados en la hoguera por la religión del amor, calumniados por los precursores de un iluminismo fraternal, y discriminados por la ideología de la igualdad.
Un reflexión final, en 1994, cuando el Vaticano finalmente estableció relaciones con el Estado de Israel, el periodista Británico William Rees-Mogg publicó en el “Times” de Londres un llamado a un acto de arrepentimiento general: "Las iglesias cristianas deberían hacer algún acto formal de contrición por lo que ha ocurrido en estos dos mil años... debemos disculparnos por las matanzas, por la Inquisición, por los ghettos, por los distintivos, las expulsiones, las acusaciones del asesinato ritual, y por sobre todo, por el fracaso de la cristiandad en percibir a tiempo, o denunciar a tiempo, la maldad del Holocausto judío en toda su dimensión".
En este género de instituciones responsables de la judeofobia no puede estar exenta la misma Iglesia Católica. El propio Papá Juan Pablo II se refirió decenas de veces a la responsabilidad de la Iglesia en las persecuciones y matanzas contra el pueblo hebreo. Poco antes de morir los llamó “los hermanos mayores” y les pidió perdón en nombre de todos los cristianos.
Amigo lector, cuando recuerde alguna frase antisemita o vea alguna pinta antijudía de los muy activos xenófobos tacneños, recuerde que Jesús de Nazareth era de raza judía.