El nacionalismo y la raza
Mag. Rafael Enrique Azócar Prado
En el capítulo XII (La nacionalidad y la raza) del libro “Mi Lucha” de Adolf Hitler, éste sostiene la tesis capital de su doctrina política: “La superioridad de una nación se define por la pureza de su raza”, y afirma de modo categórico lo siguiente: “Todas las grandes culturas del pasado cayeron en la decadencia debido sencillamente a que la raza de la cual habían surgido envenenó su sangre”. Obviamente Hitler no sabía ni jota de Historia Universal, ya que de aceptar su interpretación del colapso de las naciones, tendríamos que explicar la caída del Tahuantinsuyo y del gran Imperio Azteca como el producto de la mezcla de sus pobladores con “elementos raciales inferiores”; habría entonces que indagar con qué otros pobladores de “raza inferior” se mezclaron los linajes reales de los Incas del Cusco; tendríamos también que buscar, entre la diversidad de pueblos que habitaban el enorme territorio que hoy día conocemos como México, a aquellos pobladores de “raza inferior” que tuvieron la suerte de mezclarse con los moradores de Tenochtitlán y que supusieron su ruina. Qué gran ignorancia es suponer que el ocaso de las civilizaciones se produce a partir de la mezcla de la sangre de sus hombres. Para Hitler no existían factores económicos, militares, sociales, religiosos, demográficos, etc., que influyeron en la caída de las grandes culturas de la antigüedad. Según él, la caída del Tahuantinsuyo no se debió a la captura por sorpresa de Atao Huallpa en la plaza de Caxamarca por un traidor Pizarro (quien lo invitó a comer pero lo apresó), ni a la superioridad tecnológica militar del invasor hispano, ni a la guerra civil y dinástica entre los hermanos Huáscar y Atao Huallpa, ni al uso de la pólvora, los cañones, los caballos. Tampoco comprendió que las creencias populares sobre el retorno del Dios Wiracocha hicieron que hasta el propio Manco Inca creyera que los barbudos jinetes que usaban el rayo como arma (se refería al Arcabuz) eran dioses. Para el caso de la caída de Tenochtitlán (el gran imperio de los Aztecas) de igual modo Hitler estaba absolutamente errado. No supo acaso que Cortés tomó como rehén a Moctezuma, que los enemigos seculares de los Aztecas - los Tlaxcaltecas - se aliaron a Cortés para combatir a los Tenochcas y Mexicas y, que al igual que en el Tahuantinsuyo, el uso de las armas de fuego, los cañones, los caballos, los feroces perros de guerra y el filudo acero de las espadas significaron ventajas comparativas que finalmente inclinaron la balanza al lado del invasor español.
El mestizaje peruano - mezcla de sangre española con la indígena - empezó a la llegada de Pizarro, pues ya en Caxamarca en noviembre de 1532, nos encontramos con esclavos negros, indios nicaraguas y soldados moros al servicio de los españoles. Incluso los que acompañaron a Pizarro no eran todos ciudadanos españoles (recuérdese el caso del griego Pedro de Candia - “el artillero” - y del italiano Martín de Florencia, quien fue uno de los tres judíos-conversos presentes en Caxamarca). Luego, ante las guerras de reconquista de Manco Inca vinieron de Centroamérica más españoles acompañados de indios Cunas de Panamá a apoyar a Pizarro. También vino desde su gobernación en Guatemala en 1533 el conquistador de México Pedro de Alvarado a disputar la conquista de los territorios del actual Ecuador a Diego de Almagro, Belalcázar y Pizarro, y lo hizo acompañado de cientos de negros esclavos y de indios Maya-Quiché (de la actual Guatemala). Es de suponer que los visitantes europeos, los esclavos negros y los sirvientes moros (de origen marroquí y argelino) no fueron célibes, ni renunciaron a desposar o tomar por concubina a cuanta mujer indígena se cruzó por su camino (ni qué decir de las violaciones sexuales que se sucedieron en la época) y se unieron así con mujeres de auténtica estirpe peruana y de esta manera fue naciendo el Perú mestizo, el Perú de “Todas las sangres”. Algo más, no hay que olvidar también que a la llegada de los españoles vivían dispersos en todo el territorio del Tahuantinsuyo en calidad de mitmas, miles de campesinos de las etnias Chachas (naturales de la actual Chachapoyas), Cañaris (naturales de la actual Cuenca- Ecuador), Huancas (actual Huancayo), Chimos (del antiguo reino de los Chimús-Trujillo), Caxamarcas, Lucanas, Chinchas, Huaylas, etc., quienes en la mayoría de los casos eran grupos endogámicos, pero que también contraían enlaces con individuos pertenecientes a otras etnias del vasto Tahuantinsuyo.
A pesar del evidente error de la perversa tesis central de la doctrina del nazismo hitleriano (se lo recuerdo: “La pureza de la sangre determina el poderío de una nación”) y de la demostrada barbarie con que actuaron las hordas nazis (léase GESTAPO y las SS) en los territorios ocupados (Polonia, la Ex Unión Soviética, etc.) asesinando a millones de hombres, mujeres y niños por la única razón de su pertenencia a una nacionalidad: polacos, judíos, checos, serbios, gitanos, etc., puesto que Hitler y los nazis los consideraban individuos de raza inferior (recuerde que los alemanes se autoproclamaban “Arios de raza superior”), actualmente estamos observando con estupor el resurgimiento del culto a Hitler aquí en Tacna, pues hace poco un grupo de jóvenes universitarios rindió un homenaje a Rudolf Hess, el jerarca nazi que fue apresado cuando voló a Inglaterra en un viaje sorpresivo y que el propio Hitler lo creyó loco. Aunque usted amigo lector no lo crea, un grupo de jóvenes, todos de ascendencia Aymara y Quechua rinden homenaje y admiran a aquel que consideraba a los indígenas de América del Sur individuos de raza inferior. ¡Qué ironía!, si los jóvenes tacneños admiradores de Hitler hubieran visitado el campo de exterminio de Auswitch-Birkenau, en los años de 1943 o 1944, el doctor Josef Mengele muy gustoso hubiera deseado hacer unos cuantos experimentos médicos sin anestesia con estos jóvenes, pues para un nazi auténtico, los indígenas y los mestizos latinoamericanos pertenecemos a una “raza inferior”, a una “raza de sangre contaminada”, “envenenada”, que merecemos ser dominados por individuos de “raza aria”, de “raza superior”, de “raza pura”.
Queridos amigos, el autentico nacionalismo pasa por aceptar nuestras raíces mestizas, y sentirnos orgullosos de ello. No podemos admirar ni honrar la memoria de asesinos y genocidas que despreciaban a otros por el sólo pecado de pertenecer a “razas” o etnias que ellos consideraban inferiores. Que nuestros héroes no sean ni Benito Mussolini ni Hitler ni Hess ni Eichman, sino Rumi Ñahui o Quisquis o Quisu Yupanqui o Challco Chima, o si prefieren algo más reciente en nuestra historia republicana: Miguel Grau, Francisco Bolognesi o el gran Mariscal del Perú Don Andrés Avelino Cáceres. En el Perú, tenemos tantos y muy valientes héroes, no lo olvidemos nunca.